POV Natalia
Cuando abro los ojos solo veo blanco. El techo, las paredes. Todo es blanco. Escucho un leve pitido intermitente a mi lado. Intento moverme y noto un dolor punzante en todo el cuerpo. Me quejo y enseguida se acerca alguien.
– ¡Natalia!
Es Marina. Le sonrío con esfuerzo. Trato de incorporarme de nuevo y me lo impide sujetándome por los hombros.
– No te muevas, tienes contusiones por todo el cuerpo.
– ¿Y Alba? – pregunto preocupada.
No puedo pensar en nada más que no sea ella. Quiero verla. Marina tarda en contestar. Es una pregunta sencilla, ¿por qué no la responde?
– Marina. Suéltame y dime dónde está Alba.
– Deja de moverte, Natalia. Demasiada suerte has tenido de no romperte ninguna costilla.
– Vale, pero contesta.
Marina suspira meditando la respuesta. Como le haya ocurrido algo a ella no me lo perdonaré nunca. Si yo estoy viva, ella también tiene que estarlo. Joder, maldito tráiler, ¿qué pasaría para que nos arrollara?
– Está en otra habitación – dice finalmente.
– ¿Cómo está?
– Estable. Dentro de lo que cabe.
Por cómo lo ha dicho, deduzco que pretendía que solo escuchara la primera palabra. No ha tenido la suerte de que así sea y me preocupo. ¿Está mal?
– ¿Dentro de lo que cabe? – necesito que me lo cuente todo.
– Sí. No se ha despertado aún.
– ¿Cuánto tiempo llevamos aquí?
– Un par de días. Tú has recobrado el conocimiento varias veces, pero estabas tan grogui que no te has enterado de nada. Despertabas y volvías a caer rendida en cuestión de minutos. Tienes unos golpes muy feos, por eso no puedes moverte de momento.
¿Y ella no había despertado? Seguro que sí lo ha hecho pero no se han dado cuenta. Sí, tiene que ser eso. Seguro que es eso.
– Quiero verla.
– Ahora no puedes...
Intento levantarme de nuevo y noto un pinchazo muy fuerte en el costado izquierdo. En un acto reflejo me llevo la mano derecha allí.
– Joder – siseo de dolor.
– Eres una cabezona, te he dicho que no te muevas.
– Marina, necesito verla, por favor – hablo con dificultad todavía recuperando el aliento que me ha quitado ese movimiento.
– Que no, Natalia. Y no me hagas llamar a la enfermera para que te duerma – me amenaza señalándome con el dedo.
No quiero dormir. Necesito estar despierta por si ocurre algo.
– ¿Me prometes que está bien?
– ¿Tú crees que si no lo estuviera, yo estaría aquí tan tranquila?
– No... Pero si pasa algo, ¿me lo dirás?
– Que sí, pesada.
Me quedo tumbada. Qué incómodas son estas camas. O a lo mejor es el dolor lo que no me permite estar a gusto ni acostada. Mantengo la vista fija en la ventana de la habitación. Afuera hace sol, aunque a lo lejos se ven algunas nubes bastante amenazantes.
– ¿Se sabe algo del conductor del tráiler?
– Se durmió al volante. Él no tuvo tanta suerte.
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Diario de Caravana
Hayran KurguUna caravana y un diario. Un viaje especial. Una promesa que cumplir.