Capítulo 5

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POV Alba

Llevo cuatro horas de viaje y la nostalgia cada vez ocupa más espacio en mi interior. Es la primera noche que no voy a dormir en nuestra cama y su ropa ya no guarda su olor. La verdad es que no estoy segura de que vaya a poder pegar ojo. Con su perfume como espejismo las noches apenas se hacían difíciles. A partir de ahora no sé qué va a pasar.

Hago otra parada para estirar las piernas y descansar. Afuera hace un buen día, el sol brilla con ganas y no hay ni una nube. Aún es temprano, son las cuatro de la tarde y solo me quedan dos horas de trayecto.

Cuando planeé el viaje, busqué también lugares que me pillaran de paso. Ya que tengo que hacer varias paradas, qué mínimo que sean lugares bonitos y no una gasolinera en medio de la nada. Uno de esos lugares es Puebla de Sanabria. Me gustaron las imágenes que vi, es una estampa preciosa que no puedo dejar escapar.

Cojo mi cuaderno de dibujo y me dispongo a retratar el paisaje. Es bonito. A Nat le encantaría.

Cuando me doy cuenta, ha pasado una hora. Es momento de continuar el viaje si no quiero que se me haga de noche. Guardo el cuaderno. Estoy bastante contenta con el esbozo que he hecho, esta noche lo terminaré.

Pongo el GPS de nuevo y vuelvo a la carretera. La música sigue sonando. Algunas de las canciones hacen el papel de tiritas compuestas únicamente por notas y pentagramas; otras son como dardos envenenados en su justa medida, no te matan pero te dejan mal durante un buen rato.

Llego a la costa de Galicia a media tarde. La primera parada de este viaje es Vilagarcía de Arousa. No tengo pensado quedarme por aquí, la idea es continuar mañana hacia el norte.

Busco un lugar a las afueras cerca de la playa. Dejo la caravana y voy a pasear por los alrededores. Apenas hay ruido, tampoco hay contaminación. Se respira tranquilidad.

No puedo evitar pensar que ahora mismo podría estar dando este paseo con Nat. Nos diríamos cosas bonitas hasta empalagarnos con tanto azúcar. Me haría cosquillas, yo saldría corriendo y ella me perseguiría durante unos segundos, el tiempo que tardaría en alcanzarme en dos zancadas. Maldita Lacunza y sus largas piernas. Entonces nos besaríamos las sonrisas aplacando así las risas de la persecución. Y al cerrar los ojos, frente contra frente, escucharíamos el romper de las olas como estoy haciendo yo ahora. Cruzaríamos nuestra miradas borrachas de amor y seguiríamos caminando, cogidas de la mano o con su brazo sobre mis hombros y el mío rodeando su cintura.

La echo de menos. Sin ella este viaje no es lo mismo.

Suspiro apesadumbrada. Es el primer día y ya se me está haciendo cuesta arriba.

Al volver a la caravana llamo a Marina. No he avisado de que he llegado y no quiero que se preocupen. No reviso los mensajes, pero probablemente hayan petado el grupo viendo la hora que es. Descuelga la llamada a los dos tonos.

– Hola, Mini.

– Hola, Tata, ¿cómo estás? ¿Has llegado ya?

– Sí, llegué hace una hora más o menos.

Obvio la primera pregunta, sigo sin saber responderla.

– ¿Y mamá? –pregunto.

– Intentando quitarme el teléfono de las manos para hablar contigo, te la paso. Si se pone muy intensa, me avisas.

Escucho a la Rafi renegar por lo que ha dicho y a Marina quejarse. Seguro que le ha dado una colleja. Imaginarlas enzarzadas en una de sus típicas discusiones absurdas me ha hecho sonreír. Son de lo que no hay.

– Hola, cariño. No le hagas ni caso a tu hermana, solo quiero saber si has llegado bien.

– Sí, he llegado sin ningún problema, no te preocupes.

Diario de CaravanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora