INCONSCIENTE

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Que extraños son los sueños algunas veces, sobre todo cuando despiertan lo que la consciencia siempre se ha esforzado por censurar. En esta ocasión, el tiempo fluia entre dimensiones similares, saltaba, iba dando brincos a su antojo, seleccionando momentos especiales. Sin saber precisamente porque lo había llevado allí, vio como los uniformados entraban a la fuerza y se quedaban perplejos ante la situación. Por un lado, un padre y su hijo en un abrazo que pareció eterno, que podía inmortalizarse en una pintura o una escultura. Por otro lado, un cuerpo, el horror y la angustia, la sangre y los ojos abiertos de aquella mujer, esposa y madre. Una obra digna de un cuadro que podría titularse "Escena del crimen".

La escena se rompió en pedazos. Ahora él se veía en primera persona como su padre, sentía la desesperación de ser llevado a la fuerza por un grupo de policías, sabiendo que nunca, jamás volvería a ver a su hijo.

- Cielo...¡Cielo!

-¿Qué pasa, quien es?

Ulises se levantó sobresaltado, con palpitaciones y sudor recorriendo su espalda. Se refregó los ojos antes de posar su mirada sobre Penélope.

Ella lo miró con cariño.

- Te quedaste dormido.

Ulises observó a su alrededor. Sin darse cuenta, el cansancio le había ganado en la sala de trabajo y se durmió en su silla de terciopelo.

- ¿Qué hora es? - fue lo primero que atinó a decir.

- Son las 7:30 - respondió ella, mirando su reloj de pulsera, que él le había obsequiado en un aniversario.

- ¡No llego! - exclamó Ulises, levantándose de manera grotesca, golpeando todos los muebles que se encontraban a su alrededor.

Fue corriendo a su habitación a cambiarse, y luego fue para la cocina. No tenía tiempo para prepararse algo, así que abrió la heladera, agarró un yogurt de esos que traen copos de cereal, y una cuchara, los metió en su portafolio y  le gritó a su mujer, que aun seguía en el cuarto de trabajo:

- Nos vemos, Amor.

Penélope no pudo evitar reírse. Ulises siempre la llamaba Amor, desde la primera vez que se lo dijo, nunca más se dirigió a ella por otro nombre. Incluso ella se estaba convenciendo de que se llamaba "Amor". Mientras acomodaba todo el desorden de papeles que había dejado su novio, encontró el papel que decía "Déjàvu". Debajo de este, vio el boceto del diseño del nuevo personaje. A su lado, unas anotaciones que explicaban su historia a grandes rasgos, y una lista de habilidades y facultades que poseía.

- No me digas que se lo olvidó - pensó en voz alta.

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La tarde estaba negra. No solo por los nubarrones que cubrían el cielo casi totalmente, amenazando con desatar una tormenta, sino también por la cara de Ulises, que mostraba que en su interior, la tormenta ya se había desatado. Sentía una desazón indescriptible, y una creciente ira consigo mismo, que le estaba nublando la razón y la consciencia.

De pronto, las gotas comenzaron a caer. Al principio era una llovizna, pero de un momento a otro, se largó un diluvio. Ulises caminaba por las calles sin rumbo, con los puños cerrados.

Lo habían despedido, sin opción a réplica. Su jefe no permitía un minimo error en un momento tan delicado. Y él se había olvidado todo. Intentó dar una explicación, pero era tarde. Ya había otro esperando ahí afuera, como un buitre, sobrevolando alrededor de los que agonizan, para aprovecharse de la carroña. Antes de marcharse tuvo que empacar sus cosas, que ahora se empapaban sufriendo la voracidad de la lluvia. Y así caminó cuarenta cuadras. No le importaba mojarse, y quizas ni hubo notado que estaba lloviendo, se movía por inercia. Estaba centrado en sus pensamientos, miraba hacia dentro. Y adentro estaba vacío, en blanco.

Unos gritos lo espabilaron, la calle estaba desierta y casi ni se oían ruidos, pero el escuchó un sollozo desgarrador de una mujer, que provenía de unos callejones.

La lluvia amainaba. Ulises se acercó cautelosamente al lugar del cual  se emitía esa angustia e impotencia en forma de sonido. Se pegó a la pared previa a la esquina de la cortada, y espió. Vio una escena digna del horror: una mujer, llorando desesperadamente, forcejeando con dos hombres encapuchados que la desnudaban.

Tenía que actuar rápido, pero no sabía como.

Tenía que recuperar su héroe interior, ese mismo que se acobardaba y se resguardaba en su inconsciente.

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