La luz azul

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Aquella misma madrugada, cuando ya el sol estaba apareciendo detrás de las lejanas colinas, iluminando la ciudad antigua que yacía azotada por el ataque de los perros diabólicos, ocurrió algo muy extraño, pero no tan inesperado para Guss, que parecía no sorprenderse con nada.

Hace rato ya que los sabuesos habían desaparecido en la lejanía de la ciudad y los bosques, como nómadas despavoridos. En el medio del valle lleno de cadáveres desmembrados que Meg y Bea miraban con terror, apareció una luz de color azul. Era una luz brillante que tenía la forma de la pupila de un reptil. La luz al parecer, también consistía en algo físico, pues derramaba hacia el cielo una especie de humo del mismo color, que desaparecía a los pocos metros del lugar de donde se originaba.

Guss, levantándose de la hierba en donde se habían refugiado, señaló la extraña luz azul y dijo:

—Nos largamos de aquí. Estoy harto de Diamantino y sus guerras.

—¿Qué, qué dices? —inquirió Rosemary.

Todos contemplaron la luz y Guss fue el primero en salir para aproximarse a ella.

—¿Qué es eso? —preguntaron las chicas.

—Es el portal —respondió Guss, dirigiéndose a ella con tranquilidad.

Megan no entendía nada.

—¿El portal no era la neblina? —quiso saber.

—Sí lo es, pero de venida —contestó Guss—, el portal de vuelta es este.

—Pero dijeron que no había vuelta atrás —dijo Beatriz.

Megan se sorprendió, aún no estaba acostumbrada a que su amiga hablara.

—Les mintieron. El Rey Max no sabía ni donde estaba parado, ya vieron que su esposa lo engañaba con el Rey enemigo en su propia cama.

Rosemary se estremeció.

—¡Es decepcionante! Yo siempre admiré a la Reina Anastasia, sin embargo, ahora me siento culpable y triste por el Rey Max. Él murió traicionado...

—Pero ellos murieron con él —respondió Guss—, sé que es triste y por eso no me quiero quedar aquí. ¿Vienen conmigo?

—¡Es obvio! Queremos volver a nuestro hogar —contestó Meg.

Beatriz asintió y se acercaron a Guss.

—Guss, tú no eres de ese lugar —dijo Rosemary, quedándose atrás—, no te aceptarán allá, tonto.

—Ya he ido muchas veces, Rose. Vamos, aquí no tienes nada que perder.

Ella se paró pensativa.

—Es cierto... —dijo Rose, agarrándose las muñecas.

Era cierto, no tenía nada que perder. Todos estaban muertos. Ya hacía años que no volvía a la ciudad antigua a pesar de tenerla al frente. No tenía padres ni amigos cercanos, más que Guss... el raro de Guss.

Sin embargo, sentía afecto por su mundo, como todos lo tendrían de haberse criado desde niños. Ella por fuera hacía ver que no le importaba nada, que era indiferente y sólo buscaba disfrutar la vida, pero por dentro no era como Guss, por dentro le afectaban los cambios.

No obstante, decidió que no podía quedarse, aún tenía que pedirle explicación a Guss de algo.

—Está bien... —dijo.

—Vámonos todos.

Y los cuatro se internaron en aquel ojo de reptil de color azul luminoso, mientras el sol empezaba a elevarse y un nuevo día llegaba.

El paso entre dimensiones fue muy extraño. Se internaron en la luz y la luz los cubrió por completo, cegándolos por instantes, en los que tuvieron que abrir los ojos. Fue como un parpadeo, simplemente. Después de eso, la luz empezó a desvanecerse y aparecieron en un páramo parecido al que acababan de dejar. La aparición sucedió estando a dos metros del suelo, por lo que cayeron uno arriba de otro lastimándose. Mascullaron de dolor y rodaron en la tierra mientras que la luz azul se desvanecía en el aire.

Megan recordó horas atrás que había caído rodando junto a su amiga por la ladera de una loma, y había sentido casi los mismos dolores.

Se sentaron en el suelo, formando un semicírculo y miraron a todas partes.

—Mis padres... —dijo Megan, asustada.

—Los míos... —dijo Beatriz.

Pero por ninguna parte estaban, ni en la lejanía, ni en la cercanía, ni en la vida mía.

Beatriz y Megan recorrieron el lugar y Guss y Rose las siguieron, porque no conocían aquella nueva región del planeta tierra en la que habían caído. Las niñas y los muchachos recorrieron toda la zona alrededor, pero no había nadie ni por aquí ni por allá. El valle era grande, muy grande como para seguir buscando en toda su extensión.

Habrían pasado al menos unas 6 horas desde que se extraviaron de sus padres, no pudieron haberlas abandonado. Eso pensaba Meg, no debieron, seguramente no...

Beatriz no abrigaba las mismas esperanzas.

Después de cansarse por recorrer el sitio en círculos, decidieron regresar hacia el barrio de donde habían marchado, pero cuando llegaron a este se llevaron una sorpresa mucho más extraña.

¡En el lugar del barrio no había tal barrio! De hecho, parecía haber cambiado de lugar, algo barrió al barrio y puso en su sitio una ciudad distinta, con edificios altos y autopistas transitadas. Ya no era un barrio, era una majestuosa urbe.

El cuarteto de sobrevivientes miró aquella ciudad desde una colina. Se veía todo perfectamente desde allí, todo tan claro y a la vez difuso.

—¿Qué se supone que es esto? —interrogó Megan, a la nada —¿Qué significa esto?

Beatriz, que a pesar de recobrar el ánimo de hablar, aún era chica de pocas palabras, pareció hablar por medio de Megan, pues estaba igual de desconcertada que ella.

—No entiendo —murmuró Rosemary.

—Esto era un barrio pequeño cuando nos perdimos —dijo Megan.

—Pequeño y feo —dijo Bea.

—No habían esos edificios. Creo que nos equivocamos de lugar.

Pero no era cierto. Habían vuelto al mismo sitio del que fueron transportadas, pero había ocurrido una anomalía durante el viaje, y eso lo descubrieron tiempo después, cuando se internaron en las calles de aquella ciudad. Las personas, ninguna era reconocida, los lugares habían cambiado todos. No había nada igual, todo estaba distinto.

Cuando pasaron por un local en una calle transitada, vieron en una vitrina un periódico que ponía la fecha de aquel día:

28 de marzo de 2040.

Megan y Beatriz se miraron estupefactas. ¡Habían pasado 50 años desde que desaparecieron!

Cuentos de fantasía: El portal de nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora