🞇 Podríamos caer 🞇

456 77 54
                                    

Aunque tenía que admitir que se sentía como un adolescente realizando travesuras pueriles en vez de un adulto hecho o derecho, eso no impidió que, junto a algunas risitas, hiciera volar otro avión de papel, con un breve citatorio escrito entre sus pliegues, de carácter obligatorio:

Nos vemos en el balcón a las 8:00

"Es una cita" Quiso agregar también, pero algo le caló en el alma, algo que parecía advertirle que no fuera demasiado rápido.

[...]

Cuando ya la tarde había pasado y los rayos de sol habían desaparecido para dar paso al tenue resplandor de la luna, Crowley tomó una botella de vino de su vinoteca personal, así como dos copas vacías y se dirigió hacia su balcón. Al salir, lo primero que lo recibió fue una suave brisa nocturna golpeando su rostro y cerró los ojos, deleitándose por la sensación que le brindaba la naturaleza y cuando por fin abrió los ojos no pudo ahogar el pequeño jadeo que soltó al ver el escenario que le ofrecía el exterior.

El color índigo del anochecer cubría por completo el cielo y una plétora de estrellas que brillaban de forma intermitente se extendía por todo aquel plano noctívago. Se permitió vislumbrar por lo maravillosa que la estrellas hacían lucir a la noche mientras una sonrisa adornaba su rostro y soltaba pequeñas risas infantiles con ensoñación.

—Crowley... —una voz le llamó haciendo que volviera la vista del cielo, encontrándose con el rubio quien lo miraba enternecido, lo que no hizo más que acelerar sus latidos a un ritmo nada normal.

—¡Aziraphale! —exclamó Crowley en un infructuoso intento de disimular el nerviosismo que Aziraphale era capaz de hacerle sentir con una mirada suya. —Admiraba el brillo de las estrellas, pero entonces, miré tus ojos y estas palidecieron de envidia.

Fue el tenue fulgor de la luna lo que delató el sutil ruborizar de Aziraphale, quien consideraba los comentarios como algo propio de desparpajo del pelirrojo y que no había segundas intenciones ocultas en cada frase coqueta que este le lanzaba.

—Crowley, tan chancero como siempre. —Fue lo único que atinó a decir mientras le sonreía indulgente al pelirrojo.

Crowley no dijo nada, tan solo se quitó las gafas oscuras que siempre llevaba, mostrando por primera vez a Aziraphale aquellos dorados ojos de los que era poseedor.

Aziraphale jadeó con sorpresa mientras una álgida y aguda sensación apretaba fuertemente su pecho, dejándolo sin respirar mientras a su mente llegaban reminiscencias de sus estrambóticos sueños donde unos ojos color ámbar eran los protagonistas.

Bajó la vista, abrumado. —Tienes unos preciosos ojos, Crowley. —Esa era la verdad, pero el tono ahogado en el que lo dijo fue lo que levantó sospechas de su vecino.

El pelirrojo se inclinó para encontrar su mirada —¿Estás bien, Aziraphale?

Aziraphale volvió a alzar el rostro hacia él y el modo en que lo miraba, lleno de preocupación, hizo que su corazón se llenara de un regocijo que no podía explicar. —Estoy bien, Crowley, no es nada. —Y aunque eso no terminó por tranquilizó al pelirrojo, al menos sonó más convincente que antes.

—Está bien. —Terminó por decir Crowley, pero lanzándole una mirada que parecía decir que hablarían de aquel episodio después. Aziraphale solo sonrió ufano. —Y... ¿qué lees? ¿Es divertido? —preguntó, cambiando de tema rápidamente, y hasta ese entonces Aziraphale recordó el libro que llevaba entre sus manos.

—Romeo y Julieta. —dijo, alzando el libro orgulloso y mostrándole la portada a su vecino.

Crowley hizo crujir sus dientes mientras leía el título del libro —Ugh, demasiado trágico para mi gusto. —Se quejó con un bufido.

In Omnia Paratus {¿HIATUS?}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora