Entre jadeos y murmullos que se parecían casi a una súplica, Crowley se retorcía en su cama mientras se aferraba a sus sábanas en un intento de anclarse a la realidad.
"Una pesadilla" hubiera dicho cualquiera con siquiera al menos 500 gramos de cerebro, y no era común que él las tuviera, pero cuando lo hacía, estas parecían capaces de demoler cualquier atisbo de su cordura o salud mental.
—No.... por favor... —suplicó trémulamente a las figuras que se le aparecían entre sueños y le infligían un gran dolor que parecía someterlo completamente a su voluntad.
"Hagan lo que quieran conmigo, pero a él no, por favor..."
"¡Gabriel!"
¡¿Qué hiciste?!
Aquellos últimos suplicios se sintieron como una cachetada acompañada de un balde de agua fría que lo despertaron en medio de la oscuridad de su espaciosa habitación en la que solo resonaban los exasperados latidos de un corazón que trataban de regularse con la calmada respiración del pelirrojo.
Pasándose una mano por el rostro, cubierto por una fina capa de sudor, se preguntó el cómo desde que aquellos recuerdos regresaron a su mente (O más bien, renacieron) sus pesadillas se habían vuelto más frecuentes hasta el punto de ser casi tangibles, como si hubieran sido un recuerdo vivido y no un sueño fraguado de su ingeniosa imaginación.
En ocasiones normales, él se levantaría y saldría a dar un paseo por las calles de Londres, bañadas por la oscuridad nocturna, pero dada la situación actual, salir a la calle sin una justificación más objetiva que "Una pesadilla muy real" era motivo de una amonestación que él no planeaba incluir en su pequeño, pero aun así importante prontuario delictivo.
Así que, siendo su otra opción enloquecer atrapado entre cuatro paredes, se dirigió aún somnoliento al único lugar donde podía salir a tomar aire fresco sin que se tratara de una necesidad básica, el balcón, que desde hace algunas semanas se había convertido en un lugar de meditación.
Lo primero que hizo, como ya se había hecho costumbre, fue dejar salir un suspiro muy parecido al de alivio, mientras dejaba la brisa nocturna golpeara su rostro como si se tratara de suaves caricias que trataban de reconfortarlo.
Se masajeó las sienes mientras la desesperación, fiel compañera suya, se apoderaba de él y su cabeza se hacía un montón de preguntas, desde la mejor fundamentadas hasta las más frívolas, todo en un intento de encontrar respuestas.
¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Era cuestionamientos que no parecían llevarlo a ningún lado más que a la completa inopia.
Llevó su mirada al balcón contrario, dónde parecía reinar la quietud y la calma mientras que su mente era una revolución. No había a nadie y a él le parecía lo mejor, no quería agobiar a Aziraphale con sus disparates y recuerdos sacados de una novela de misterio barata, que, aunque ahora eran totalmente nítidos pero que aun así no lo ayudaban a ver con claridad la realidad.
Tenía frente a él un montón de piezas de rompecabezas, pero ni idea de cómo empezarlo a armar.
Levantó su vista al cielo, exigiéndole una respuesta a las estrellas que solo titilaban intermitentemente mientras se burlaban de él.
—Gracias por nada. —murmuró con desgana. Desde que tenía memoria siempre había sentido cierto desagrado al cielo, solo las estrellas que reinaban sobre el cielo nocturno eran capaces de apaciguar su desprecio. ¡Y ni hablar cuando llevaban el concepto del cielo a un contexto religioso! El simple hablar del cielo como una especie de paraíso post-mortem causaba las más burlona de sus risas. Simplemente consideraba el cielo el lugar donde vivían todos los hipócritas y mentirosos.Mientras eran gobernados por la cabeza principal, Dios, quien no era tan benevolente ni dadivoso como querían hacer creer.
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In Omnia Paratus {¿HIATUS?}
Fiksi PenggemarAnthony J. Crowley se maldecía a él y a la vida misma mientras veía como su maravillosa oportunidad de unas vacaciones extendidas se convertían en motivo de reclusión. Se lamentaba su desgracia hasta que oye una voz del balcón contrario... Y millon...