Prólogo

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2005

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2005.

Iza tenía conflictos con el verano. Si por un lado significaba tomarse un respiro de las obligaciones de la escuela y el horrible acto de madrugar, también implicaba hacer maniobras monumentales para no ceder ante el aburrimiento. Cada año era lo mismo: sus amigos aprovechaban las vacaciones para huir del confinamiento que suponía Beacon Hills, planeaban viajes a «ciudades de verdad» y dejaban a Iza a su suerte en un pueblo sin chicos de su edad con quienes compartir.

A pesar de que aquel verano daba indicios de ser igual que el anterior, era el primero tras la muerte de su madre. Eso solo la motivó a querer alejarse de su casa por al menos unos días. Temía, muy en el fondo, que si permanecía mucho tiempo encerrada en esas mismas cuatro paredes, acabaría como Claudia Stilinski o peor. No obstante, sus planes de pasar unos meses distintos a los de costumbre habían sido frustrados por su padre.

No le importó que los padres de Agnes —mejor amiga de Iza— le aseguraran al señor Stilinski que amarían tener a ambas chicas en Los Ángeles durante las vacaciones. Tampoco hicieron mucha diferencia los ahorros de Iza, que cubrían bastante bien su estadía con los Clayton. Noah Stilinski se negaba a cualquier posible solución que se le ocurriera a su hija, que eran muchas, sin expresar ningún motivo al respecto.

Entonces, un día antes del viaje, discutieron por el tema. Como producto de la disputa entre ambos, él confesó que necesitaba que no fuera egoísta y estuviera ahí para su hermanito. Por supuesto, la elección de palabras pudo ser mejor. Su padre, de todo el mundo, debía saber que ella había sido todo excepto egoísta desde que perdió a su madre. Pero no importaba, ya lo  había dicho, y el daño estaba hecho.

En esa tarde, Iza halló consuelo sentada en las gradas de su escuela mientras algunos infortunados jóvenes apenas comenzaban la escuela de verano. Una voz femenina llamó su atención por un rato.

—¿Estás bien? —Fueron sus palabras. Iza levantó la mirada para descubrir a una chica que no había visto antes en la Secundaria de Beacon Hills.

Era de piel morena y cabello castaño. Por la luz del sol, la muchacha adquiría un tono dorado, y con aquel mismo brillo resplandecían sus ojos. Se veía un par de años mayor que ella. «A lo mejor es una sénior», pensó.

—Sí —replicó Iza, aunque no era cierto. La extraña vaciló, pero se sentó a su lado.

—A mí no me da esa impresión, pero no tienes por qué contarme nada —comentó la desconocida, antes de dirigir su mirada hacia el campo vacío de lacrosse.

Iza estaba de acuerdo. No tenía que decirle nada de lo que pasaba por su mente. Y consideró responder lo mismo, pero se abstuvo. Si no podía sacar sus emociones llorando, por temor a que alguien la viera, ¿qué daño haría contarle a una persona que apenas había conocido? En el peor de los casos, la joven se marcharía incómoda. En el mejor de los casos, podría conseguir una amiga.

Así que, con la idea de «¿Qué más puedo perder?», la joven de quince años dejó salir lo que había estado molestándola. Sus sentimientos se adueñaron de la que habría sido una pequeña charla, para convertirse en la primera gran conversación que había tenido en todo el año. Y con alguien que jamás había visto.

A partir de ese suceso los dos meses que Iza tanto quiso evitar se volvieron el remedio que necesitaba. Compañía. Una amiga con quien charlar y pasar el rato. Era curioso ver a dos adolescentes hablar de temas que rara vez incluso los adultos tocaban. Sin embargo, para Iza e Irina, cada conversación era como iniciar un viaje.

Cuando el verano estaba por finalizar y faltaba poco para iniciar las clases, Iza se armó de valor para contarle lo único que Irina no sabía de ella aún: las circunstancias sobre la muerte de su madre. Sentía que necesitaba una última gran charla antes de que su mente se ocupara nuevamente con la escuela y su tercer año. Por primera vez en mucho tiempo, deseaba que el tiempo se detuviera para que nunca se acabaran sus vacaciones.

Como ya acostumbraba hacerlo, se dirigió al pequeño puente del bosque de Beacon Hills, donde solía sentarse con su amiga toda la tarde hasta que comenzaba a oscurecer. Así que se sentó a esperar, jugueteando con una carta entre sus dedos. Se sentía lista para contarle todo; pero, si en algún momento creía que no podría continuar, la carta le echaría una mano. Cuanto más tiempo aguardaba, más rápido latía su corazón y sus ideas pasaban por su mente, convenciéndola de arrepentirse mientras aún tuviera tiempo. Pero se quedó allí por horas, hasta que el sol terminó de esconderse y las cigarras comenzaron a cantar. Irina no llegó.

Ni al día siguiente. Ni al otro. Ni siquiera después de que empezaran las clases Iza volvió a verla, aunque cada día esperara en el mismo puente. Pronto fue asimilando la idea de que aquella chica fue una sénior cuando se conocieron, y que había partido a alguna universidad a estudiar Filosofía. Sin embargo, le dolía. ¿Cómo pudo haberse ido sin avisar? ¿Acaso no sabía que era lo mismo que había hecho su madre? No, por supuesto que no lo sabía. Tardó mucho en decírselo.

Y ahora jamás tendría la oportunidad de verla para contárselo.


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NOTA DE LA AUTORA

«Bueno, aquí les traigo el prólogo. La cronología de Teen Wolf es medio confusa, pero haré lo que pueda de aquí en adelante. En el gif está nuestra Iza. Me emociona mucho comenzar esta historia, ¡espero que les guste!»

Night Howls | Derek HaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora