Capitulo uno.

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Capitulo uno: El maldito gato.

📍StockBridge, Inglaterra

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📍StockBridge, Inglaterra.

Ellery.

Nunca me sentí normal.

Nunca creí encajar, nunca supe porque la mayoría de las personas de mi calle pensaban que tenía un comportamiento extraño, si yo me siento y me veo completamente...normal al espejo. Aunque no sepa correctamente que significa esa palabra.

¿Qué es lo normal? ¿Por qué existe la normalidad? ¿Es tan aberrante la idea de ser diferentes? ¿Por qué tenemos que ser normales? ¿Por qué...por qué...por qué...?

Muchas preguntas sin respuestas. Maldita sociedad.

―¡Ellery! ¡¿Otra vez durmiéndote en la sesión, que te he dicho, niñata?! ¡Dios! siempre haces lo mismo.

Pestañeé para deshacerme del sueño que en realidad no sentía y me acomodé mejor en la silla. Miré a mi alrededor para confirmar donde estaba; muebles viejos y sosos...libros que parecían pergaminos del año 200... una pequeña luz tenue que aportaba esa bombilla que tenía 53 horas y 25 minutos antes de dañarse completamente... aquella coleta de cabello castaño canoso en frente de mi. Si, estaba en la oficina de la Doctora Helb.

―Lo... Lo siento...es que...

―No más justificaciones. La sesión ha terminado, vete a tu casa. Espero que vuelvas mañana con las energías renovadas, no me obligues a utilizar la medicación en ti, niñata.

Tragué saliva y me quedé mirándola por un segundo, luego, tomé mis cosas y salí muy rápido de aquel lugar, cerrando la puerta detrás de mi y sin mirar hacia atrás. Algunas personas se quedaron con la vista en mi mientras andaba por la acera, murmurando, pensando que no escucharía las barbaridades que dicen y piensan sobre mi, como advierten a sus hijos que no se acerquen demasiado, como soy el tema principal de cotilla y chisme en mi vecindario.

Me quedo pensando en lo que dijo la Doctora Helb. La medicación. Desde que había empezado las terapias con ella, siempre las mencionaba. A veces pienso que ella las utiliza como algún castigo para los pacientes. Aun no lo sé, pues la doctora nunca las ha utilizado en mi ni en alguien que conozca, y no lo quería tampoco. Alguna de las leyendas y mitos inventados por los mismos enfermeros para hacernos portar bien en el hospital psiquiátrico eran que aquellas pastillas te hacían alucinar, pero no cosas buenas. Te hacían alucinar con tu peor miedo, con lo que más te asustaba en el mundo. Era como si aquellos diminutos óvalos de medicamento verde penetraran tu mente para ir deshaciéndola desde adentro, desde el centro hasta fuera. Por eso, la mayoría de los pacientes tenía una buena conducta. Creían en aquel mito, y aunque yo no lo hacía completamente, no quería arriesgarme.

¿Cómo sabía que aquel medicamento era verde y ovalado? Pues no lo sabía, simplemente lo imaginaba de esa manera. Y confiaba completamente en mi mente. Aunque algunos me llamen inestable y desequilibrada.

Oxidus. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora