Parte 1

2K 201 222
                                    

En un rincón sombrío donde el viento apenas susurra, yace el enigmático silencio que calla al compás de la brisa. Ese silencio que, cual velo invisible, oculta el caos vibrante de los sonidos coloridos del pueblo, donde cada murmullo y risotada pintan el aire con un esplendor dinámico, magnífico, que endulza el paladar y deja en el corazón un rastro de angustia y melancolía.

Pero dime, ¿qué ha sucedido aquí? ¿Qué otra cosa podría ser? ¿Es la cuestión, acaso, ser o no ser, o solo es un espejismo, una pregunta retórica que te hace perderte en las profundidades de tu alma? ¿Podrías darme una respuesta? No, no lo harás, ni podrías, especialmente en esta época antigua donde los seres, tan viejos como el mar, no conocen nombres, no conocen palabras. En este mundo, todo es nuevo, sin nombre, sin forma, y lo que es real es relativo, indefinido.

Orejas de conejo, cabello color crema, tal vez surgido de la nata misma; una capa roja, tan intensa como la sangre, o tal vez como el vino extraído del bagre. ¿Es acaso un sinsentido? Quizá, pero en este mundo, todos son conocidos por sus peculiaridades naturales, por sus características únicas. Son animales, después de todo, criaturas dignas de una fábula barata—o al menos eso podrías pensar. ¿Es eso lo que has llegado a imaginar?

Oh, entonces, ¿quieres un inicio, no es así? ¿Te has hartado ya de tanta palabrería sin sazón, sin el toque de sal y pimienta que da sabor a la historia? ¿Realmente te cuesta tanto esperar? Bueno, lo he pensado, lo he reflexionado. Entonces, ¡que comience la historia con ese "Había una vez" que confirma la dulce mentira de los cuentos!

**Capítulo 1: Señor Lobo**

—¿De qué hablas? —preguntó la primera voz, impregnada de misterio.

—¿Qué no lo has escuchado? ¡Qué desgracia la suya! —replicó la segunda voz, cargada de sombrío conocimiento.

—La familia de los Yashiro... tan pequeña su niña... —continuó la primera, como quien narra una tragedia.

—He oído que la muchachita tiene una abuela en el bosque —añadió la segunda, con un tono que insinuaba peligro.

—¿La vieja bruja? —preguntó la primera, acercándose con cautela, como temiendo la respuesta.

Pronto, Aoi, una mariposa mayor de color morado, se aproximó, sus alas vibrando suavemente en la penumbra.

—¿De qué hablas, madre? —preguntó la joven Aoi, una mariposa de un hermoso tono morado, llena de curiosidad.

—Calla, Aoi, son cosas de mayores —respondió su madre, sin piedad por la inocencia de su hija.

—Vaya, ya verás tú, tan bonita, pero muy distraída está esta niña —comentó la mariposa mayor, desviando la conversación.

—Pero... volviendo al asunto, ¿no es allí donde vive el Lobo? —inquirió la primera voz, con una mezcla de temor y fascinación.

—¿Por qué crees que le llaman Bruja a la vieja? Siendo coneja y aún no se la han comido —respondió la segunda voz, con una oscura risa.

Nadie se percataba, nadie notaba a la figura más triste de todas: una pequeña coneja enana que lloraba en un rincón de la calle. Su capa, mugrienta y llena de hollín del día anterior, reflejaba la tragedia que había vivido. Un incendio había arrasado con todo lo que conocía, dejándola sola, despojada de todo. Ahora, se veía obligada a ir a vivir con una mujer casi desconocida, una figura que, según los rumores, no inspiraba más que un ardor amargo en su garganta y una sensación de náuseas en el estómago.

La Dulce MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora