Capítulo 1.

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—¡Christopher —escuchó que gritaron—, voy a abrir, aléjate!

Ni siquiera estaba cerca, pero ya entendía que sólo eran avisos de prevención para ellos mismos.

Igual le encantaba saber que gracias a su bueno comportamiento podía cada día mirar el exterior, aunque claro, no recordaba tener otro comportamiento nunca, pero lo agradecía.

No todos tenían ese privilegio.

Vió aquellos ojos mieles posándose en la ventanilla y sonrió, acercándose lentamente a la puerta.

—Joey... —saludó con emoción, y pudo notar cómo los pómulos del chico se abultaban, dejándole saber que estaba sonriendo también— ¿es mañana?

—Casi tarde —le corrigió.

—Buenas tardes.

El chico soltó una risita, y metió su plato decomida por el cajón.

—Buenas tardes, Chris, ¿no te han dado desayuno?

—Mh, no.

Tomó lo que le habían pasado, y lentamente comenzó a comer, escuchándole suspirar.

Joel era su psiquiatra de planta, parecía muy joven, pero lo recordaba ahí toda la vida.

—¿Estás feliz?

—¿Por qué? —le miró con intriga— ¿Ya llegó el niño bonito?

—¿Erick? —asintió— Bueno, digamos que ya está a media labor del día. Pero no, yo hablo de que vas a salir.

Se encogió de hombros, metiendo comida a su boca y esperó a terminar de masticar para responderle.

A su madre no le gustaba que hablara con la boca llena, y su padre le miraría mal.

Su hermano quizá se burlaría.

—No tengo a donde ir —dijo por fin—. ¿Mami ya sabe?

Escuchó al rizado suspirar y le miró con atención, notando que su cabeza se movía de un lado a otro, negando.

Eso le ponía triste.

¿Dónde estaban sus padres?

—Chris, tu mami no podrá seguir cuidándote —advirtió, con tristeza en la voz, eran tan cercanos que el chico parecía sentir lo mismo que él—. Tendrás que buscar un hogar y un trabajo que puedas hacer, yo te ayudaré a encontrarlo.

Sin entender mucho, sonrió.

Para trabajar, su mamá le había dicho que debía terminar la escuela y ser mayor de edad, pero él no lo era aún, ¿verdad? Al menos no, para él mismo.

Físicamente era un chico de veintidós años, alto, y con una capacidad motora quizá mejor que muchos de los internos. Era fuerte a pesar de no tener ningún tipo de entrenamiento físico.

Pero lamentablemente, él se había quedado en su cumpleaños número once,  justo cuando su familia terminaba de cantar feliz cumpleaños, y estaba a punto de soplar las velitas.

Desde entonces todo él se apagó.

No tenía recuerdos de nada, hasta apenas dos años atrás, cuando vió por primera vez al ojiverde cruzando la entrada, saludando con una enérgica sonrisa a todos.

Fue entonces que su cabeza comenzó a reservar los momentos, dejarlos frescos para cada segundo, para cuando quisiera recordar, entonces lo hiciera tan detalladamente como si estuviese viviendo las cosas en el momento que deseaba.

Ahora creía que tenía trece años.

—Me da miedo la oscuridad —admitió con las mejillas sonrojadas, avergonzado de sí mismo—, más aún si sé que estoy solito.

Latidos acelerados || Chriserick.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora