Capítulo Sexto, de la Caída del Amor y la Nueva de Thorondor

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El regreso a Rivendel fue durante un periodo de tiempo que a Calatea le parecieron eones. Sumida en un estado entre el sueño y la vigilia fue llevada a los curanderos elfos que limpiaron las heridas de su cuerpo en un camastro próximo al lecho donde yacía Glorfindel luchando contra el veneno de la flecha, entre la vida y la muerte.

Arwen, ayudando a los médicos, le suministró un antídoto durante tres días cada ocho horas del Sol, mientras la hobbit, recuperada por completo, permanecía al lado de la cama, donde el elfo dormía un sueño agitado, sin perderle de vista ni un segundo. Dormía, fumaba pipa y comía en cantidades ínfimas, junto a Glorfindel, culpándose de la agonía del elfo y pensando en la deshonra que conllevaría si le relataba lo ocurrido a Bandobras.
Al amanecer del cuarto día, el noldor despertó completamente recuperado, bajo la emocionada mirada de Calatea, que se lanzó a sus brazos, llorando lágrimas de júbilo.

-¡Cuanta expectación! -exclamó Glorfindel, sorprendido a la vez que contento al ver a Calatea con él-. ¡Eres el hobbit más extraordinario que he tenido oportunidad de conocer! ¡Dulindôr, el ruiseñor que no podía volar! ¡Bendita seas, en el reino de los elfos y siempre bienvenida!

-Y tú, Cabellos Dorados, eres el elfo más descuidado de todos -sollozó Calatea, secándose las lagrimas, mientras su amigo reía por aquel comentario.

-Ahora, Calatea, quedas libre de tu juramento. Me salvaste la vida, de modo que ya puedes volver con tu hermano. Cierto es que tu corazón es bueno y puro. Y yo, ciego en mi afán por refinarte, pasé por alto esto. Perdóname, Calatea. Porque no necesitas que nadie te cambie. Eres valiente y tenaz, y para nada eso no es mal asunto ni mucho menos -declaró el elfo incorporándose de la cama, dejando que su estatura, intimidase de nuevo a la hobbit.

Glorfindel se dio cuenta de que algo preocupaba a la joven, que se apartó de él y se dirigió al balcón de la estancia, para contemplar las cristalinas pero férreas estructuras de la ciudad. Glorfindel la siguió y la preguntó:

-Percibo que algo nubla tu sonrisa. Una sombra triste y gris ha ocultado tu mirar alegre y decidido. ¿Qué ocurre, Calatea?

-Oh, no. No es nada, de veras. Solo siento nostalgia por la tierra que dejé atrás. ¿Qué pueden hacer los hobbits, perdidos y desorientados, lejos del territorio que los vio nacer y crecer? Aquí ya he concluido. Temo que si sigo por más tiempo, mi corazón sufra.

-Este es un lugar de paz y armonía. Si tu corazón se resiente es por algo que tiene que ver conmigo, ¿me equivoco? -comprendió Glorfindel mesándose la barbilla. Calatea asintió y dio la espalda para ocultar su rostro.

-No es de tu incumbencia -protestó ella, orgullosa.

-Al contrario; lo es y has de saber que no me moveré de aquí hasta que me digas qué es lo que ronda por tu cabeza.

Calatea tragó saliva mientras sentía su corazón desbocarse por los nervios.

-De acuerdo. Te revelaré mi pesar. Y después entenderás que fue un error preguntarme. Estoy enamorada de ti. Os amo, príncipe elfo.

Glorfindel calló ante aquella declaración que lo desconcertó. Se sintió halagado pero, al mismo tiempo, no pudo evitar la impotencia que aquellas palabras le habían producido. Se acercó a Calatea situándose de rodillas junto a ella acariciando su pequeña cara.

-Me haces sentir el ser más afortunado de toda Arda y te mentiría si te dijera que no siento nada por ti. Pero debes volver con tu hermano. Debes quedarte con él, a salvo. Porque yo solo te traería desgracias y siempre estarías en peligro.

-Eso no es problema. No me importa a dónde me lleves. No me importa qué peligros nos aguarden. No, si es a tu lado. Porque si vuelvo al Bosque, la pena inundará mi corazón y la edad y el tiempo ajarán mi voluntad. Ya no podría vivir sin ti, mi amado Glorfindel. -Calatea se echó a su cuello y lloró largo y tendido mientras su compañero la abrazaba con fuerza. Él no se lo había dicho, pero la hobbit sabia a la perfección que el destino que había anhelado junto a él jamás podría realizarse. ¿A quién quería engañar? Un hobbit y un elfo jamás podrían estar juntos por mucho que el amor triunfara en sus corazones.

***

Cuando el horizonte se tiñó de rojo debido a la puesta de sol, Thorondor, el Rey de las Águilas regresó volando a Rivendel, con rapidez. Elrond corrió a su encuentro preocupado. Calatea que estaba con Glorfindel en la sala del Concilio, al oír el atronador aletear del ave salió junto con su séquito de la estancia para reunirse con Elrond.

-¿Qué ocurre? -preguntó Calatea desconcertada.

-Envié a Thorondor a buscar información sobre el estado de los hobbits temiendo un ataque por parte de los trasgos supervivientes -explicó Elrond.

-Siento decirte que tus sospechas han sido acertadas, Elrond -anunció el águila con pesar.

-¿Qué ha ocurrido? -preguntó Glorfindel con curiosidad.

-Golfimbul ha atacado varias localidades de hobbits y esclavizado a otras. Fue detenido en el linde del bosque viejo a causa de la fuerza del ejército de Banderas y les impidió el paso arboleda adentro. El trasgo engañó a tu hermano diciendo que te tenía secuestrada y mostrándole el mechón de pelo que te había arrancado, Calatea. Han concretado una batalla en los Campos Verdes, mañana al medio día, por el destino de tu especie.

-¿Detectaron tu presencia? -preguntó Elrond.

-No, por fortuna. El día estaba oscuro y pude esconderme entre las nubes -terminó el águila.

Calatea, atónita por las malas nuevas que el ave había traído, cayó al suelo de rodillas temblando. Glorfindel se puso a su altura sujetándola de los hombros.

-Hay que ayudarles. Tengo que volver con mi hermano. ¡Fatal ha sido el error de haber dejado que me arrancara la cabellera! He condenado a Bandobras a la muerte... -se lamentó la joven con las manos en la cabeza.

-Escúchame atentamente, Calatea; iré con mi ejército a ayudarles pero debes prometerme que te quedarás aquí. Antes me dijiste que esa criatura te había maldecido. No debes correr riesgos.

-Es mi hermano, Glorfindel. Por muy grande que sea el peligro, debo ir. Fui yo quien le metí de lleno en esto y seré yo quien le salve -dijo secándose las lagrimas. El soplo del valor recorría su cuerpo mientras se incorporaba. Miró a los dos elfos y al águila.

-En ese caso, jovencita, te llevaré hasta tu familia -apoyó Thorondor-. Los Valar velarán por ti, tenlo presente.

-Te protegeré con mi vida, Calatea -dijo Glorfindel acercándose a su pequeña compañera.

La hobbit sonrió. Una sensación de serenidad la invadió. Quizá no pudieran estar juntos pero algo en su corazón le decía que su amistad duraría eternamente.

Dulîndor: el Ruiseñor de la Tierra MediaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora