Epílogo: el Juramento

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Cuando Thorondor terminó de ejecutar a los trasgos que aún quedaban con vida tras la batalla, aterrizó junto a Glorfindel y a Bandobras. El primero, con el cuerpo, ya frío de Calatea en brazos, se incorporó lentamente del suelo, tembloroso y lleno de ira. Las lágrimas caían a raudales por sus mejillas, una emoción que jamás había experimentado por nada ni por nadie en toda su larga existencia.

Había visto caer bestias en los más oscuros abismos. Había visto morir a los suyos, guiados por el afán de poder y la ansiedad de venganza. Había visto la belleza de los Valar. Pero jamás sintió deseos de amar a una criatura de Arda, y traerla de vuelta al mundo de los vivos, tanto como lo hacía en esos momentos.

–Dondequiera que esté, estará mejor que aquí. Intenté darla amor, intenté que viviera una vida en el hogar, lejos de los peligros. Pero me fue imposible –dijo el hobbit–. Era una joven valerosa. ¿Te fijaste? Ni siquiera lloró cuando cerró los ojos para siempre.

Rompió de nuevo a llorar, pero Glorfindel le habló y calló en el acto.

–Escucha, Bandobras. Este acontecimiento nos ha unido para siempre. Después de lo que le ha pasado a tu hermana, lucharé para proteger tu vida y la de tus compatriotas. ¡Mirad a vuestro alrededor! La pradera verde os llama. Convertid este escenario del dolor y la muerte en un lugar donde poder vivir seguros y fuera del peligro de la Sombra. Cultivadlo, usadlo para vuestro beneficio, pues este es el regalo que se os concede por el esfuerzo de la lucha que habéis llevado a cabo.–Las palabras del elfo animaron a los hobbits supervivientes y a su líder que esbozó una tímida sonrisa entre las lágrimas–. Honrad la memoria de aquella que vino a este rincón de la Tierra Media para salvaros. No dejéis que caiga en el olvido, pues esta es la recompensa que os ofrece.

–La Comarca se llamará este lugar –bautizó Bandobras con una mano en el corazón–. Reuniremos a las demás razas de hobbits y nos asentaremos aquí, en paz, perdonadas nuestras rencillas.

Thorondor, el Rey de las Águilas inclinó la cabeza en señal de respeto y solemnidad.

–Debo comunicar a Elrond la mala noticia. Debéis perdonadme por no haber advertido el ataque. Que su alma descanse con sus ancestros. –Dicho esto, levantó el vuelo y se perdió en el horizonte, iluminado por la luz del atardecer. Antes de su partida, se la oyó graznar de tristeza.

El elfo se puso en marcha. Con el cuerpo de Calatea, se alejó un palmo de Bandobras y le anunció:

–Ahora llevaré el cuerpo de Calatea al Bosque Viejo y allí le daré sepultura. Vosotros debéis comenzar a trabajar y no deteneros en lamentaciones. Yo la enterraré en tu nombre, Bandobras.

El hobbit rubio asintió y alzó la maza de púas como gesto de despedida solemne, mientras el elfo, montaba de nuevo en su caballo, acompañado por la comitiva de los elfos supervivientes que guardaban silencio, como muestra de pésame.

La campaña, dejo atrás el nuevo hogar de los hobbits, en silencio internándose en el bosque viejo, como si de un grupo de fantasmas se tratara. Glorfindel seguía llevando a Calatea en brazos, mirando en lontananza, con la mirada perdida en mil y un sentimientos e ideas, llegando a la conclusión de que ese era el precio que debía pagar por la resurrección que se le había otorgado.

Ordenó a su ejército que continuase su camino a Rivendel, mientras él se perdía por los caminos que previamente recorrieron ella y él como compañeros de viaje. Y es que, sin quererlo, habían llegado a su final, que no era otro que el punto de partida.

Bajó de su caballo y caminó con ella, varios pasos de distancia hasta llegar al claro donde se produjo su primer encuentro. La tumbó en el suelo y la cubrió con su blanca capa, para luego apoyarla de nuevo en su regazo.

–Volvimos s tu bosque . Completamos el viaje y pagaste tu deuda. Fuiste la criatura más extraordinaria que jamás haya conocido y podré conocer, y espero que los Valar lo tengan en cuenta. –Llorando, cavó con sus propias manos un pequeño agujero donde finalmente enterró el bulto blanco, volviéndolo a cubrir con tierra más tarde. Después de aquel gesto, Glorfindel permaneció junto al natural sepulcro, siete días con sus noches escuchando el triste vaivén de las copas de los árboles y el susurrar afligido del viento que los mecía. Y, como un alma en pena, volvió a montar en su caballo, para partir de regreso a uno de los últimos bastiones de la raza eldar.

***

Calatea fue recordada por muchos años, tanto por elfos como por Hobbits.

La historia de su vida fue contada de generación en generación, de padres a hijos, como ejemplo de superación y valor.

Pero ni las buenas acciones, ni los sentimientos de buena voluntad pudieron acabar con la maldición que pesaba sobre su recuerdo. El olvido pudo con su historia, y pronto dejó de ser recordada por todos.

Solo un elfo maldito, condenado a presenciar la Muerte a su alrededor, pudo sostenerla en su memoria junto con el juramento de proteger a todos los hobbits con los que entablase amistad.

Tal vez fuera cierto que ni la magia más oscura podría acabar jamás con el amor verdadero y de valor .

Ese amor que toca a todas las razas, que traspasa fronteras, y que supera las barreras físicas, allende los reinos blancos e imperecederos de Valinor.

FIN

Dulîndor: el Ruiseñor de la Tierra MediaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora