Vagaba por mis pesadillas, encontrando nostálgicos temores del pasado, que gustoso volvería a temer.
Aquellos seres de fictícia sombra, cíclopes que solo observan un error, esos humanoides que solo una tarea ejercen y viles monstruos de talla atroz.
Aquellos que antaño eran mis perseguidores, deseosos por mi alma devorar y de mis entrañas su hambre saciar.
Oh, mis dulces retoños de dolor.
Hoy día, ellos huyen de mí, ellos temen y abren paso a mi caminar.
Reverencian mi presencia ahora, pues me he convertido en la encarnación del odio y la maldad.
Camino por la senda que senda no es, donde lo que es no será y no puede ser cuando debe serlo.
Y, como en cada pesadilla que he padecido, he llegado al monte de esa zarza.
Es una zarza congelada con un hielo que no deja de humear, pareciera que congela eternamente y no terminará jamás.
La zarza, vil, astuta, cruel en sus raíces y venenosa en su fruto congelado, imita el "te amo" que algún día habría hecho mi corazón arder.
Siento frío.
Entonces la zarza, siendo ángel o demonio, imita su respirar al reír, al llorar, al dormir...
No puedo sentir.
De pronto, la zarza imita su sonrisa, que tan cálido mi corazón hizo sentir, imita su llorar, tan desgarradoramente silencioso y profundo cual zarpas de bestia del campo.
Por último, en su burla final, deseando mi locura, imita su imagen, su delicada figura, aquella que fué mi más grande tentación.
Y aquí es cuando me rompo dentro de mí, mientras escucho en mi interior desmoronarse los pilares congelados de mi ser.
Muero.
Despierto en mi cama y en vida, si esto es llamado vida, para observar mi reflejo pálido al espejo.
No lo sabía, pero yo había muerto ahí.
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Una muerte miserable
HorrorVarios textos cortos que narran pesadillas que suelo tener. La vida vista como si fuese un mal viaje.