Una muerte miserable

Canto 2.- Para ti, con desprecio

Y aquí me encuentro yo, humillado, despreciable y vil, siendo dado de espalda por el odio mismo vestido de amor, aquel que en sus ojos ardía el más sincero, puro e inocente.

Hoy hago saber a mi alma, muy a pesar mío, que ha sido todo falso.

Falacia fue su vida, pues tu pútrida naturaleza aún residía en tu ser. Tus suaves manos que seda se sentían al toque, tus labios dulces y primorosos cual carmín y que dejarían frío a un rubí, que embelezarían a un mismo profeta y... Tu voz...

Tu voz que alguna vez amé y ahora maldita sea, mortífera lanza cruel que en mi pecho sentí penetrar. Consumiste mi fuego y mi calor por un simple desdén de estupidéz y falsa pasión, han hecho más que simplemente mi alma ahora inexistente lacerar. Destrozada ha quedado.

Canto este preludio con palabras por un repudiado ser, que incluso su epitafio blasfemo es.

Cito sus sabias palabras cubiertas de dolor, alzo mi copa a los cielos en búsqueda de una falsa bendición a mi corrupta sangre que en ella servida está.

Derramo ahora esa misma sangre al suelo infértil para que nunca más algo sea dado vida aquí, en este llano desolado de muerte y desesperación.

Derrama mi interior, oh copa mía, que representas mi doliente ser.

Levanta una vez más la cabeza, gran y falso sabio, que con su alma ha sido enterrado.

Levanta y clama una última vez tus palabras profundas de poder, condena a este maldito ser que por nombre lleva una expresión de princesa sin corona. Condenemos con nuestra voz a este horrible ser a un dantesco infierno, uno semejante al que me hizo padecer.

Maldito fuí por confiar en otro hombre, ahora mi mano he de levantar. Para ti, con desprecio, vil ser al que todo entregué, he llenado por causa tuya el hueco que en mi dejaste con sangre y odio.

Desde el fondo de mi ya inexistente corazón te expreso esto, si el infierno existe, espero que a tu lado Judas tenga plácido descanso, durante los días que en la tierra te auguro.