Rᴇɪɴᴄᴀʀɴᴀᴛɪᴏɴ

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– P-por favor Ban. – Sonrío con debilidad la mujer. – Qui-quiero que s-seas feliz. N-no quiero que te si-sientas comprometido. 

– No me pidas eso Elaine, tú fuiste la única... – Intentó razonar el chico pero la rubia que estaba entre sus brazos no cambiaría su comentario; ya estaba lista para partir. – Por favor, aún hay forma de salvarte... – Sus palabras se quebraron, se negaba dejar ir a la mujer que en siete días se había ganado su corazón.

– No-nos vol-volveremos a e-encontrar, t-te lo p-prometo. –  Sus ojos ya no tenían aquel brillo que le encantaba a Ban, cada vez se apagaba. – ¿P-podrías... – Ban se acercó a ella para besarla por última vez. – T-te amo...

Esas fueron sus últimas palabras, Ban se encontraba abrazando el inerte cuerpo de la mujer, se negaba a abandonarla, creía que aún había esperanza pero muy en el fondo sabía que ya no había nada que hacer. Se quedo ahí unos días más, ya no tenía por que vivir y por más que lo intentara no podía quitarse la vida. 

Pasados unos quince días decidió partir, no podía seguir viendo su cuerpo sin vida, eso le partía aún más su corazón. Bajó del gran árbol y buscó la salida del muerto bosque, ver ese paisaje le dolió, si tan sólo hubiera corrido a esconderse el bosque y ella estarían con vida pero el hubiera no existe.

Encontró la salida y se topó con cuatro caballeros sagrados, quienes al verlo lo noquearon para llevarlo al reino y que su sentencia fuera declarada, no había pruebas de que él fuera inocente, todo estaba en su contra y él no objetaría nada, era lo que se merecía.

Pero aquella tortura no terminaba, por más que intentaran matarlo este se curaba, ni siquiera matarlo de hambre funcionaba, pero al menos su mente ya no lo torturaba con esa dolorosa imagen, los recuerdos de su amada lo mantenían cuerdo. 

Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses y los meses en años, tan solo habían pasado cinco años cuando lo fueron a sacar de esa prisión, fue la primera vez en la que pudo despejar su mente. Elaine ya no estaba en su mente todo el día, gracias a ese rubio pudo encontrar un nuevo camino y consiguió cierta paz. Quizás ella aun no abandonaba por completo sus pensamientos pero al menos ya no la recordaba con dolor.

Esos fueron dos años llenos de aventuras en compañía de sus nuevos amigos y familia, los Siete Pecados Capitales, esas seis personas fueron capaces de ganarse su corazón y estaba seguro que aún quedaban muchas aventuras por las que todos debían pasar.

– ¿P-papá? – Se oyó a lo lejos. Eso alertó a las siete personas que hacían su habitual ronda por el reino de Liones. – ¿M-mamá? – Todos se dirigían a paso apresurado a donde esa pequeña voz llamaba desesperadamente a su padres. Pronto sus palabras se convirtieron en suspiros y su llanto no se hizo esperar.

– Hey pequeña. – Sonrió el más bajo de todos. – ¿Te perdiste?

– N-no s-se acerqué. – Se alejó del chico ocultando su rostro tras su conejo de peluche. – A-ayudeme, po-por favor. – Corrió a donde la mujer de vestido rosado .

– Tranquila pequeña, todos queremos ayudarte. – Sonrío la castaña. – Somos los Siete Pecados Capitales. – Se hinco para que la pequeña niña de cabello rubio no estuviera viendo hacia arriba. – ¿Dónde fue la última vez que viste a tus padres?

– E-estábamos en el mercado, ha-había mucha ge-gente cuando un hombre rubio m-me jalo e hizo que so-soltara la mano de mi pa-papá... – Las lagrimas aparecieron de nuevo en su rostro y Diane con su pulgar las limpió. – T-tengo miedo, señorita.

– Te ayudaremos a encontrar a tus padres, puedes confiar en nosotros. – Sonrío el capitán del equipo. – ¿Puedes decirnos como son y sus nombres? ¿O recuerdas cómo llegar a tu casa?

Oɴᴇ﹣sʜᴏᴛs [Bᴀɴ x Rᴇᴀᴅᴇʀ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora