Prólogo

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El olor del incienso envolvía el Septo de Baelor como también lo hacían los cantos del coro entonando canciones en honor a los Siete. Bajo el arcoiris de luz el Septón Supremo acaba de ungir con los siete óleos a una nueva Princesa de los Siete Reinos; alzó a la pequeña bebé de piel marmórea sobre los padres y seguido de las bendiciones la llamó: Rhaena de la Casa Targaryen.

Maegor Targaryen aguardaba junto a su esposa,Alyssa Dayne de Ermita Alta, que sostenía a la recién nacida, escuchando las felicitaciones de los invitados por su cuarto hijo. Maegor quería una ceremonia íntima,todo lo privado que podía ser el gran septo; sus primos,alguna de sus tías y si quisiese brindarle ese honor,su tío,el rey Aegon V. A su llegada a Desembarco desde Refugio Estival, el rey había confirmado que asistiría al nombramiento de su nueva hija, como así había sido con los anteriores. Pero cuando el rey se desplazaba, su corte lo hacía con él y a la ceremonia habían asistido todos los señores que habitaban en la Fortaleza Roja. Maegor debía haberlo imaginado, pero nunca acabó por acostumbrarse,ni a la vida en la capital, prefería la tranquilidad de su hogar, lejos de las intrigas palaciegas,el ruido, la peste y los que cuchicheaban a sus espaldas siempre que portaba el emblema de su padre.

Rhaena dormitaba en los brazos de su madre, ajena a todo, su rostro transmitía una serenidad que contagió a su padre cuando la miró. Sonrío al verla, era la más tranquila, apenas había llorado en el viaje y durante la ceremonia estuvo dormida,sin alterarse por las voces altas y las manos que la untaban con los siete aceites de los dioses.

Casi todos los asistentes habían empezado a retirarse y la estancia quedaba vacía. Maegor respiraba impaciente,solo quería que su hija fuera ungida en el septo que construyeron sus antepasados,donde él mismo recibió su nombre,y sus primos,sus tíos,y su padre; pero el protocolo se le hacía inaguantable; él no era un Targaryen de los que importaba, no demandaba semejante atención.

El último en acercarse fue el rey, seguido por dos guardias reales y su inseparable Ser Duncan el Alto. Maegor mostró una amplia y sincera sonrisa al ver a su tío después de tantos años, los ojos violáceos se le iluminaron cuando el rey quiso tomar en brazos a la pequeña Rhaena y le invitó a acompañarlo mientras paseaba a la niña por el septo. Su esposa se dispensó y fue junto a la doncella que batallaba por parar el correteo de su hijos mayores.

Aunque estaba contento de verlo, pudo notar que los años no le habían tratado bien, tenía bolsas en los ojos,los pómulos caídos y parecía más flaco, incluso los ojos púrpuras ,que siempre le habían reconfortado cuando era un niño,parecían algo febriles. Algo preocupaba a su tío, o le atormentaba, pero fuera lo que fuese, Aegon Targaryen no solo era su tío más querido,casi un padre, por encima de todo era su rey, y no podía hacerle esa clase de preguntas a un rey. Pero a pesar de su aspecto cansado, Aegon sonreía mirando a la niña y acariciando el incipiente pelo plateado de su cabecita mientras pasaban junto al altar de la Doncella.

-Es una niña preciosa ,sobrino.Tienes suerte, cuatro hijos fuertes y sanos. Es de la sangre del dragón- volvió la mirada a Maegor y le regaló otra sonrisa a la que este correspondió.

-Gracias a vos,mi señor, me arreglasteis un buen matrimonio, no podía haber mujer más adecuada-

Aegon soltó una carcajada discreta reanudando el paso por el septo.

-No merecías menos, eres como uno más de mis hijos- dirigió sus ojos al vacío durante unos instantes - Al menos tú me hiciste caso- murmuró casi para sí mismo.

Maegor carraspeó y decidió ignorar las últimas palabras de su acompañante, no le correspondía inmiscuirse ni hacer leña de un desliz de palabras de su tío; aunque sabía a qué se refería. Su tío había intentado por todos los medios acabar con las uniones incestuosas en su familia,sin éxito, y luego la situación con su primo Duncan.

El Dragón Silente [Rhaegar Targaryen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora