Capítulo 9

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Sigo cruzando ríos... Amando el sol


Joaquín despertó desorientado. Su brazo izquierdo estaba algo entumecido y una suave cabellera le hacía cosquillas en la nariz, se movió un poco para desentumir su brazo y los recuerdos invadieron su mente. Después de, literalmente acabar, habían terminado la noche acurrucados en el suelo. Emilio había tomado una frazada que estaba sobre su sofá y se las había echado encima. Entre besos y caricias, fueron rindiéndose a las emociones del día y se quedaron dormidos.


Joaquín inhaló profundamente sobre el cabello en sus hombros y se estiró; aquello fue lo que terminó despertando a Emilio.


Por un segundo pensó que sería incómodo pero a Emilio le llevó medio segundo reaccionar y sonreírle, Joaquín no pudo evitar corresponderle. Se movió hasta sentarse, apoyando la espalda en el sofá y Emilio le acompañó haciendo una pequeña mueca que no pasó desapercibida para Joaquín. Había intentado ir lento pero Emilio había logrado excitarlo de una manera que le fue imposible contenerse. Se hizo adicto a verlo vibrar entre sus brazos. Parecía que todas las emociones del día, de los años, se habían derramado en ese encuentro.


—¿Estás bien? —No pudo evitar acariciarle el brazo con un poco de preocupación. Emilio asintió.

—Sí, digo, tomando en cuenta que caminar está sobrevalorado... Aunque tendré que inventarle algo a mi papá para justificar la silla de ruedas, —Joaquín rió ante la ingeniosa mente de Emilio. —Me hubieras dicho todas las velocidades que tenías.


Joaquín parpadeó.


—¿Cómo? No te entiendo.


Emilio le dio un beso en cuello. Intentó mantenerse quieto pero le estaba resultado difícil.


—Sí, todas la velocidades de tu transmisión con tremenda palancota, papi, —Joaquín soltó una carcajada que retumbó por todo el departamento.

—No mames, Emilio, —había algo precioso y único en lo natural que era para Emilio soltar una pendejada de ese tamaño y hacerlo reír tan fácilmente.

—Hoy, definitivamente no. Me dejaste molido. Pensé que eso de decirte Hidra era por el veneno, no por el tremendo viborón que te cargas.

—¡Emilio! —-No podía dejar de reír y además estaba comenzando a sonrojarse por el cumplido lanzado con tanta... peculiaridad.

—El rojo siempre ha sido tu color, ¿sabes? —Emilio le rozó la mejilla derecha con la nariz y eso no ayudó nada a su sonrojo. Realmente no recordaba la última vez que se había sentido así de felizmente avergonzado. —Tal vez deberíamos cenar, —Emilio hizo un recorrido con la nariz desde su mejilla hasta el mentón.


Joaquín se crispó de emoción.


—Tengo que irme. Debe ser la una de la mañana o algo así, —instintivamente le rodeó con los brazos acercándolo más.

—Quédate, —Emilio le besó la piel sobre su manzana de Adán y él apretó sus brazos alrededor del otro.

—Llegaré con la misma ropa...

Hasta la raízDonde viven las historias. Descúbrelo ahora