Parte uno

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Imágenes se le venían a la cabeza. Flashes, de ella. Estaban en la escuela, riendo. De pronto, la imagen cambiaba: lágrimas corrían y gritos se oían de fondo, más no las palabras. Le costaba respirar hasta que...

Si pudiera, mataría por cinco minutos más. Tengo abierto...

Sonaba su despertador con una de sus canciones favoritas. Exaltada, se levantó de su cama y apagó el despertador de las 21. Cómo pocas veces, las líneas de esa canción le estaban taladrando la cabeza.

Se sentó, respiró de manera pausada, y trató de aclarar su mente.

 - Pero qué coño...

Después reaccionó: se había despertado de su merecida siesta, justo para comer y empezar a prepararse. Al cabo de un rato se dirigió a la cocina a hacer la cena. Su madre llegaría en 30 minutos, así que la incluyó en el platillo.

Apenas volvió, se sentaron a comer juntas y charlaron sobre su día en la mesa del comedor. Al revisar la hora, a pesar de quedar un poco de comida en su plato, la joven se levantó rápidamente y fue casi corriendo al baño.

 - ¿Salís hoy? - le preguntó su madre. Acostumbrada al si, pero no molesta.

 - Si, perdón por dejarte comiendo sola, pero Martín hace una fiesta en su casa.

 - Una joda hija, una joda. Una eterna, si querés. Ya hasta tus amigos te curten por los términos que usas. - se reía

 - Pero ¿qué dices?, si les encantan mis insultos y mi acento. - le respondió sonriente, mientras sacaba solo su cabeza por la puerta del baño.

Raquel había nacido y vivido 5 años de su vida en "el país del tango", de dónde su madre era oriunda. Pero por cuestiones económicas, apenas terminó el nivel básico, sus padres decidieron mudarse al otro lado del mundo, dónde los esperaba la familia de su padre. Luego de la muerte de su padre, y antes de que Raquel empezara la universidad, Marcela le propuso volver a sus raíces. Ambas, muy dolidas, se dieron cuenta que era la mejor solución.

En esos días oscuros, había pocas cosas que la hacían sonreír, una persona en específico; y aún así decidió que eso no era suficiente para quedarse.

Ahora su vida había dado una vuelta de 360 grados: estaba por graduarse, tenía amigos que la acompañaban en todo, y un trabajo estable. Un panorama muy diferente al que se planteaba luego de haber vivido algo tan diferente casi toda su vida.

 - Aja... ¿y cómo vas? - le preguntó, consternada.

 - No te escucho, me estoy por duchar. - respondió ella, casi gritando.

Marce, como le decían los amigos de su hija, decidió esperar a que terminara para seguir la conversación. De paso, levantó la mesa.

Mientras, Raquel ponía su playlist de Spotify de siempre. Todavía estaba cansada pero tenía muchas ganas de ver a su gente, sobretodo después de la semana de trabajo tan pesada que había tenido; se acercaba el fin de su carrera de psicología. Y si bien estaba emocionada, no podía dejar de sentir que había algo más que quería hacer con su vida, menos hoy. Menos después de esa siesta. Aún así, trató de dejarse llevar por el agua caliente y la música; necesitaba relajarse.

Error. La música no ayudó en nada.

Primero, "19 días y 500 noches". Apenas empezó, la joven sacó su brazo la cortina y pasó rápidamente de canción

Segundo, "Procuro olvidarte"

 - ... pero vamos a ver...- dijo, mientras cerraba los ojos incrédula

5 minutos más (de ti)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora