Tú, Él y Yo

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Se oyó un suspiro de satisfacción procedente de los reunidos en los bancos.

Pero Bruno no veía una novia vestida con elegancia, buen gusto y un salón lleno de gente. Veía a Angy. Angy con su gastado vestido de algodón azul envuelta en una vieja capa del ejército demasiado voluminosa para ella, aunque la había cortado para adaptarla a su medida. Angy con los pies descalzos corriendo por el prado pese al frío de diciembre y el cabello despeinado.

Su amiga. Su novia. Su amor. Su vida. Observó cómo se iba acercando hacia él mirándolo a los ojos en todo momento y supo que ella no veía un novio con una chaqueta de terciopelo de color vino, un chaleco de brocado plateado, pantalones grises y camisa de hilo blanco. Supo que ella veía a el teniente Craig, desaliñado y polvoriento con su uniforme verde y negro, las botas sucias y el cabello largo.

Ella le sonrió, y se dio cuenta de que también sonreía cuando Harrington le puso la mano de Angy sobre la suya y se volvió para ir a ocupar su asiento junto a Felicia no sin antes dejarles a ambos una sonrisa de satisfacción.

Estaba con ella en la hermosa capilla de Nortfolk. Su hermosa Angy, hermosa tanto con su aspecto agreste como con toda su elegancia. A diferencia de aquel día sus manos estaban unidas y así permanecerían. Además habían más que dos testigos de su unión, jamás volvería a quedar duda. Afuera imperaba la paz no la Guerra.

- Amados hermanos, estamos aquí reunidos...

Prestó atención al servicio que los uniría a los ojos de su familia, la Iglesia y el Estado del mismo modo que el servicio en aquel pueblo francés los había unido para siempre en sus corazones. El aire frío les dio la bienvenida cuando salieron de la iglesia, pero no era un frío como aquel en otro tiempo, era fresco. La clase de frío que avivaba el color en las mejillas, el brillo en los ojos y la energía en los músculos.

- Angy se echó a reír —¡Oh, Dios mío!—exclamó Mientras recorría el pasillo central después de firmar en el registro de la iglesia con su nombre al fin completo

Sonriendo a derecha e izquierda a los parientes y amigos, que sonreían a su vez, no se había dado cuenta de que un número significativo de los congregados, especialmente los más jóvenes había desaparecido. Ahora era evidente. Estaban alineados a ambos lados del serpenteante camino con las manos cargadas de munición y en el centro estaba Vint sonriente como siempre con un aparato en sus manos que tenía una enorme bolsa. Bruno también se echó a reír.

- ¿De dónde... — preguntó, irreverente —...ha sacado ese aparato? ¿Y.... Traen Flores? ¿Rosas?

- Son de los invernaderos es primavera —aventuró Angy entre risas — pero ya no son flores son pétalos.

Cientos, miles de pétalos. Todos en manos de los primos que esperaban llenos de alegría a cubrir a los novios con ellos y un sonriente Vint que anhelaba cual niño accionar el tubo rotando una pequeña palanca que absorbía los pétalos de la bolsa y apuntaba hacia arriba.

- Bueno — dijo Bruno, mirando hacia el carruaje abierto que iba a llevarlos de vuelta a la mansión para el almuerzo de bodas — no podemos decepcionarlos y caminar pausadamente como si no nos importara que nos cubrieran de... Pétalos y ramas. Angy será mejor que echemos a correr.

La tomó con fuerza de la mano y riendo alegremente recorrieron a la carrera el camino hasta el coche bajo el acoso de sus primos que daban vítores y gritaban, mientras Vint hacía que llovieran pétalos multicolores sobre el cabello y la ropa de los recién casados. El aparato fue una sensación que disfrutaron los más pequeños saltando sobre la lluvia de colores mientras al volverse veían la escena

- Al fin eres mía —dijo Bruno todavía riendo cuando llegaron al carruaje. Le tendió la mano para ayudarla a subir y luego la envolvió en la capa blanca ribeteada de piel que la esperaba en el coche

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