Al gato de una librería

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Antes incluso de pasar el dintel
vibraron las cuerdas de mí corazón
por los fríos ojos, que con desazón
me examinaron desde el alto anaquel.

Recostado sobre los doctos tomos
que conforman la pequeñez humana,
estaba el vasto gato, que con vana
porfía entiende que la nada somos.

Entre el oro, la arena y las pirámides,
ejerció aquella tribu de oriente
el culto del felino que profeso.

La doctrina a trocado su figura
pero en el mundo la idea persiste:
la menor gota del mar es el hombre.

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