Hades
Maléfica sigue gritando mi nombre. Y no precisamente de una forma agradable o buena. La irritante mujer sigue reclamandome, sacándome de quicio.
—¡...deberías haberla olvidado ya!— reclamó, nuevamente.
—¿Olvidarla? Imposible— contesté. Para mi suerte, aquello la hizo enojar aún más.
—Le diré a Grimhilde esta vez— amenazó.
Reí.
La charla que tuvimos mi ex esposa y yo fue el día consecuente al encuentro que tuve con Evie en aquella fiesta de cumpleaños. Más que una pareja, Maléfica se había convertido en la confidente a la que recurría cuando no tenía idea de qué hacer. Funcionamos mejor así.
Me encontraba perdido, confundido, y, he de aceptar, algo preocupado de que Evie no me buscara.
Es decir, ¿por qué lo haría? La abandoné cuando más necesitó apoyo, o lo que sea, y no fui ni siquiera bueno para despedirme.
Me arrepentí desde el instante en el que lo hice. Viví en el inframundo por largas temporadas, y cuando volvía a visitar a mi hija, siempre fue con la intención de saber si ella había vuelto también.
Supe dónde encontrarla. Jamás la busqué.
—Grimhilde olvidó que tiene una hija desde que Evie aceptó la ayuda de Blancanieves— le hice ver. Maléfica suspiró, sabiendo que tenía razón—, además, Evie es inteligente.
—Por eso no te buscará.
—Hará exactamente lo contrario— contradije, y ella me miró con ojos asesinos.
Hablar con Maléfica sobre Evie fue lo más arriesgado que hice en toda mi extensa vida. Al principio, por supuesto, vino la ira. Luego la negación. Al final la aceptación. Llegamos al acuerdo de continuar como amigos retorcidamente malvados, y desde entonces, recurro a ella.
—Si la hubieras visto... — sonreí cómo idiota mirando un punto perdido—, se veía hermosa.
—¿Puedes no pensar en ella mientras estás aquí? Odiaría tener arrojarte agua fría.
Ignoré su comentario, y no dije palabra alguna mientras seguía pensando en la princesa.
Ni toda mi inmortalidad sería suficiente para castigarme por haber hecho todo lo que hice, pero al menos, planeé una forma para rectificarme.
Claramente aquella forma incluía demasiado sexo, placer, pues no descansaría en hacer a Evie mía otra vez. Y otra vez.
Mal debería entenderlo. Y, si no lo hacía , no le daría el gusto de volver alejarme para no provocar su enojo. Ya no era una irracional adolescente, y debía entenderlo, pues si Evie lo quería también, no habría nada que volviera alejarme de ella.
Esa Evie Grimhilde ya era toda una mujer, que sabía lo que quería, y si aún era yo el objeto de su más oscuro anhelo, no me apartaría.
Al levantar la vista nuevamente hacia la antigua Emperatriz del Mal me asustó la forma en la que me estaba mirando. Retrocedí por instinto, antes de que su bastón golpeara mi cabeza.
—Estás loca.
Ella rio con cinismo. Aquello era demasiado obvio.
Justo cuando me preparaba para marcharme de la Isla del Mal (anteriormente Isla de los perdidos), una ráfaga de llamas azules rodeó un pequeño espacio de la habitación y obligó a mí ex mujer a crear un pequeño pero eficaz escudo.
Reconocería esas llamas en cualquier lugar. También aquel aroma; el aroma del inframundo, el aroma más peligroso que existía.
—Perséfone.
La mujer pelinegra se materializó frente a mí. Su sonrisa hueca, al igual que la vacía mirada que me daba me hizo dar cuenta de que quizás me distraje mucho en este mundo mortal, lo suficiente para permitir que sus cadenas se rompieran y su condena terminara.
La enfrenté sin titubeo. La enfrenté aún sabiendo que mostrarle recelo podría provocar la mayor devastación que Auradon ha visto en siglos. Así de peligrosa er
—¿Qué hace ella aquí?— grita Maléfica, señalandola—. Ahora tienes a tus dos ex esposas. Sólo falta tu ex amante y estará completo tu aquelarre.
Perséfone no deja de mirarme. Está molesta. No, mucho más que eso.
Ignora a Maléfica, quien, para mí sorpresa, no vuelve a abrir la boca. Ya se dio cuenta de lo peligrosa que es, no es estúpida.
—Esperé milenios, Hades. Ya he venido a llevarme lo que te juré robar mientras me encerrabas en esa oscura y fría cárcel divina.
Ligeros flashbacks sobre aquella ocasión llegan a mí. Me reprendo por ser tan descuidado, por volverme tan débil.
—No te la llevarás.
—Destruiré el mundo mortal hasta encontrarla.
—Zeus no...
—¡No me importa que él venga aquí!— su grito hace que mis dientes se aprieten con fuerza al igual que mis puños—. Además... Los titanes viene para acá. No vine sola.
Maléfica hace un ruido de incredulidad. Yo sí le creo. Sé de todo lo que es capaz de hacer.
—Sufrirás, Hades. Pagarás con lágrimas de sangre lo que hiciste.
Y sin más, se va, dejándome una angustiante sensación en el pecho.
Soy demasiado orgulloso para reconocer que eso que sentí es miedo, a pesar del sudor frío que recorrió mi frente y del temblor que sacudió a mí, un dios.
—¿A quién busca?— pregunta Maléfica al fin.
—A la persona que más amo en este momento.
—¿A Mal? —sus alertas se activan, se acerca rápidamente y me sacude de los hombros con desesperación—. ¡¿Te atreviste a poner a mi hija en una situación así?!
Me la saco de encima sintiendo mis oídos zumbar. De pronto comprendo lo que pasa, lo que pasará. De pronto todo toma un sentido aterrador y quiero desaparecer.
—No esa clase de amor, Maléfica.
Ella se tranquiliza. Luego ríe. ¿De qué demonios se reía?
—Entonces está buscando a alguien que no existe—la miro seriamente. Ella me analiza hasta que... —. No. No eres tan estúpido como para...
Rendido, bajo los hombros y me dejó caer en un sofá.
—Perséfone va tras de Evie Grimhilde. La destruirá.
Aceptar aquella realidad significó también aceptar que mis sentimientos por aquella mortal iban más allá que la atracción. Y eso me dio ganas de vomitar. No fue fácil, lo admito, menos para una persona como yo.
—Mi libertad por la de ella— pronuncio, lentamente—. Iré a hacer un trato. Debo impedirlo.
Evie Grimhilde no podía morir por algo que yo ocasioné. No debía morir por sentimientos que ella nunca pidió y que nunca va a corresponder.
Nuestro endgame llegaría más rápido de lo que había planeado.
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Consequences ¦ Havie ¦ Descendientes
Fanfic💥SEGUNDA PARTE DE MY OH MY💥 El tiempo pasó. La amistad que se rompió no volvió a ser lo mismo jamás. La relación de años se redujo a recuerdos tan hermosos como dolorosos. Sus amigos, lo que más amaba, su vida misma... Cuando ya no te queda nada...