Inefable。

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Inefable: Algo tan increíble que no puede ser expresado en palabras.

Recordarlo es aún emocionante.

Sus ojos oscuros pero alucinantes, sus pestañas largas pero delgadas, sus labios gruesos y besables. Su piel blanca que aveces odiaba porque se le notaban mis arduas mordidas.
La cicatriz que tenía en el entrecejo lo hacía ver aún inocente. Aunque en realidad carecía de inocencia total.

La forma en que tocaba y me hacía sentir magia, sus dedos largos pero no delgados me hacían murmurar cosas indecentes, me gustaba besarle a su apenas, notable panza.

¿Ya notaron que él no es el chico perfecto? Lo era al menos para mí.

Su sonrisa al besar me dejaba en claro lo afortunada que era, el poder que tenía yo con mis manos le encantaba, me hacía sentir poderosa.
Cuando sus dedos ingresaban dentro de mi boca era increíble la sensación, su mirada lujuriosa que me daba me enloquecía.

Su lengua era lo que más me prendía de él, la forma en que la pasaba por mis labios, mejilla y todo mi cuerpo.
Era aterradora la forma en que me gustaba, porque él destilaba maldad por su ser, pero quizás eso era lo me enloquecía, que él no era del todo bueno.

Sabíamos que esto no era amor del bueno; Eran esos sentimientos contradictorios que me hacían dudar de mi cordura.
El saber que con él todo era negro, pero me encantaba esa oscuridad, quería que me consumiera toda, quería que fuera inolvidable.

Su solo roce me hacía suspirar, me hacía sentir nerviosa como la primera vez. Él ya conocía todos los rincones de mi cuerpo, en total según él yo tenía 13 lunares. Yo en cambio sabía lo que le gustaba, conocía la forma de llevarlo al borde, al éxtasis, sabía sus puntos sensibles y de placer.
Nos complementábamos, en la cama, sillón, auto o piso éramos uno.

—Me haces sentir de la realeza, tus manos y cuerpo me tientan a gobernar todo de ti. A ser tu única reina.

Mencioné cuando me dio uno de tantos orgasmos placenteros.

Gobiérname todo lo que quieras pero recuerda que este osado pueblo que soy yo, algún día dejará de pertenecerte.

Susurró mordiendo mis ya rosados pezones.

Me trague ese gemido de placer, cerrando los ojos y pensando que tal vez, ese pueblo nunca me perteneció.


Ramé. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora