Capítulo uno

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Primer día de clases, primera vez en la secundaria, y primera vez pisando el territorio de Teiko. Terrenal de los hijos de las familias más reconocidas de Japón, en su mayoría alfas y omegas de gran prestigio y sangre pura, mientras que el resto se trataba de betas y omegas becados, ya sea por sus habilidades deportivas, excelencia académica o algún otro aspecto escolar en particular.

El conglomerado de estudiantes y padres se acumulaba en los patios, junto a la entrada principal y sus pasillos. Algunos estudiantes siendo despedidos por sus padres, otros disfrutando joviales conversaciones y unos cuantos siguiendo derechamente su camino hacia su salón correspondiente. Y entre los alfas, betas y sofisticados omegas de cuello cubierto, se encontraba el joven más precioso y tentador que cualquiera de los presentes tendría el placer de observar, pero nadie podía notar. Una extraña contradicción. Kuroko, el omega célebre que ninguno de los padres o estudiantes gozaba de reconocer, se paseaba por el lugar en dirección a su aula, luego de hacer presencia en la ceremonia de apertura como el resto del estudiantado.

Y en tanto paseaba y esquivaba a los estudiantes de cursos superiores que se hallaban comprometidos en reclutar nuevos y antiguos estudiantes para sus clubes —algunos más exaltados que otros—, Kuroko habría aprovechado la instancia en la que sus distraídos senpais se encontraban para rellenar uno de sus formularios, entremezclándolo entre el resto de hojas.

Tetsuya era consciente de su particular falta de presencia y por ello temía que su nombre quedara en el olvido, como muchas otras veces ya le habría sucedido.

Y ni corto ni perezoso, con la solicitud de postulación para el club de baloncesto ya completada, Kuroko se fue despampanante sin que nadie le viera ir o venir. Llegó a su aula y de ahí espero al profesor, terminando de leer su libro favorito al final de la sala, en el último puesto junto al gran ventanal.

Los días pasaban y ya se habían realizado las eliminatorias de los postulantes a los clubes, claro que no todos realizaron tal proceso, pero sí el club de baloncesto. Las elecciones se llevaron a cabo unos días después del ingreso a clases, ejecutándose ciertas pruebas físicas y test psicológicos cuyo fin consistía en probar la estabilidad mental y física de sus nuevos postulantes. En las pruebas más de veinte fueron los candidatos, pero de todos ellos un sólo omega sin presencia ni olor consiguió ingresar. Al principio creyeron que el peli celeste era un beta con una complexión delgada, pero tras ser aclarados por el mismo Kuroko, imaginaron que aquella particularidad de no tener olor se debía al uso de inhibidores, aunque no podían determinar si se trataban sólo inhibidores de olor o de los generales especializados en la regularización del celo omega.

Tetsuya con suerte llegó a pasar las pruebas físicas, y digo suerte no por su notable poca resistencia, sino por la inevitable falta de atención que sus superiores le dieron durante los ejercicios físicos, siendo así que sus observaciones llegan a ser casi imparciales en comparación al resto de sus compañeros. En cambio, las pruebas psicológicas se desarrollaron bien, siendo un proceso escrito sólo se requirió de la presencia de uno de los senpais por cada grupo. Por ello y una vez listas las evaluaciones, podemos calcar que los frutos de Kuroko resultaron ser en absoluto destacables, hablando ni en el mal o buen sentido de la palabra. Podría decirse que se hallaban dentro de lo aceptable, quizás un poco más bajo que el promedio.

Incluso los resultados del resto de participantes se vieron denigrados en opinión de los superiores del club, quienes se hallaban pasmados e impresionados con el talento de cinco estrellas brillantes, consiguiendo opacar con su deslumbre, no sólo la débil luminosidad del omega, sino también la de la mayoría de los postulantes que consiguieron ingresar.

De ello han sido cerca de dos semanas; catorce días de completo acoso para nuestro joven omega que ignoraba, en su mayoría, tanto los comentarios indecorosos hacia su persona como los ligeros empujones en los pasillos, en los entrenamientos, en las duchas, e incluso las lascivas miradas que le daban al cambiarse de camiseta en los vestidores, o simplemente cuando uno de sus botones quedaba suelto, exponiendo parte de su blanquecina y pulcra piel. Exquisita para las miradas inquisitivas de los alfas y algunos curiosos betas que por allí se encontrasen.

El llamado del omega ||KnB||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora