iii
"APUESTO A QUE MALDICES EL DÍA
en que besaste a un escritor en la oscuridad-
ahora va a jugar y a cantar y encerrarte en su corazón"
Lorde – Writer in the Dark
A Manuel se lo ponen los labios morados con el frío. Martín lo descubre en el invierno de sus diecisiete, casi dieciocho años cuando se acostumbran a hablar y compartir sobre todo lo que saben. Manuel es en realidad tan friolento que casi todos sus encuentros de aquel invierno suceden en la sala de su curso, donde siempre está él pegado a la estufa, mirando el fuego tenue que baila frente a sus ojos de caramelo.
Su piel morena parecía casi grisácea bajo las nubes oscuras del invierno, pero frente al fuego tomaba un tono parecido al naranjo, a la tierra mojada después de la llegada de la primavera, como las hojas de otoño o las primeras flores de septiembre. Todo en él brillaba bajo la luz pero Martín también descubrió, un día admirándolo mientras hablaba de otro libro, que todo él brillaba incluso sin la necesidad de una luz externa que lo enalteciera. Manuel hablaba y el mundo se hacía luz, aún si Martín no entendía eso con inmediatez al conocerse.
Pero Martín ya no ve nada de brillo cuando Manuel abre la puerta del apartamento de Macul y, como un recuerdo atormentándolo, aparece con un gorro de lana tapándole la frente, igual que un buzo gris le cubre las tostadas piernas y sus ojos de caramelo fundido en el rojo de la estufa del colegio ahora se presenta como un pedazo de hielo oscuro que se endurece apenas le mira desde el marco de la puerta. Su boca de infierno se minimiza en una fina línea, y Manuel se queda mirándolo por unos segundos antes de soltar un suspiro y pasarse una mano sobre la cara, dejándola descansar sobre sus ojos mientras apoya su cabeza en el marco de la puerta.
Martín tampoco se atreve a decir mucho mientras lo ve ahí, detenido, silencioso, pero su respiración sigue siendo tan pesada como lo fue el primer día que se conocieron, con sus greñas castañas moviéndose en el patio de cemento que eran las veredas pueblerinas, con sus pestañas negruzcas batidas mientras le negaba un cigarro. El silencio no le pesa mientras Manuel siga ahí, existiendo, respirando, dudando, temiendo en su pequeña complicada cabecita como la recordaba Martín.
Manuel se quita del marco de la puerta y lo mira una vez más, esta vez sin presionar su boca y con sus ojos moviéndose como un río de chocolate a la espera de ahogar a Martín. Lo mira, nada más, y Martín casi olvida porqué estaba ahí. Casi olvida su rabia y enojo mientras mira la forma en que la mandíbula de Manuel se ha marcado más y su pelo, que llevaba tan pegado a la cara en los años adolescentes, ahora se mueve y cae por todos los lugares de su cuello. Podría haberlo olvidado viendo sus cejas negras, gruesas marcando sus párpados morenos, admirando el polerón desteñido que llevaba encima, sus pies cubiertos solo de calcetines de lana – y Martín casi suelta una risa al momento de acordarse de que Manuel amaba andar con calcetines de lana todos los días de invierno, igual que amaba su té con canela y sentarse a leer en silencio, completo, total silencio.
Al final todo en la vida es un círculo. Son esos mismos pensamientos llenos de ternura los que llevan a Martín de vuelta a su enojo. Tener que recordar, volver a esos días de dulzura hogareña le hacen recordar también la forma en que Manuel siempre se quejaba de todo, en que se molestaba cuando Martín hacía ruido mientras leía, y sobre todo le hace pensar en los últimos seis meses que pasaron juntos. La misma dulzura también le hace pensar qué habrá sentido Manuel escribiendo sobre él en (tal vez) esa vieja gastada agenda rojiza que llevaba con él a todos lados desde tercero medio. Qué tan testigo habrán sido esas hojas del dolor y la rabia de Manuel, de sus despojos emocionales, criticando, hiriendo a Martín.
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Writer in the Dark |ARGCHI|
Fanfiction"Apuesto a que maldices el día en que besaste a un escritor en la oscuridad" Martín no ve a Manuel hace cuatro años, no desde el día en que terminaron su relación de seis años. Ha aprendido a superar los amores perdidos y a visitar a veces la soleda...