iv
"PERO NO PUEDO CONTENER MIS LÁGRIMAS
de la forma en que tú lo haces.
Elise, créeme, jamás quise esto"
The Cure – A letter to Elise
Manuel se detiene en la mañana invernal a botar el humo de un cigarro y a admirar el esmog y sus formas abstractas en el aire capitalino. Hubo un tiempo en que era fácil para él ver las calles desde pisos altos como en el que vive ahora, e incluso hubo una ciudad donde todo ese gris era casi inexistente, tan ligero y suave que lo ignoraba a cada paso que daba en la detenida, quieta ciudad. Ahora no puede ni siquiera imaginar un Macul libre de todo el humo pesado al que se une el aire oscuro que exhala de su boca hacia las calles. El frío de la ciudad le congela los hombros mientras intenta fumar rápidamente para entrar luego, sintiendo la forma en que sus nudillos se congelan. Los lentes le resbalan del puente de la nariz y quiere imaginar que bajo la nube de gris asfixiante hay personas caminando emocionadas a encontrarse. Lamenta, solo por un segundo, no poder ver a la gente.
Manuel escucha la madera de la puerta ser golpeada y sale de su ensoñación. Se acomoda los lentes en la nariz y aplasta el cigarro contra el cenicero de madera que su amigo Francisco le había regalado de su viaje a Puerto Montt. El pequeño tinte de rojo que iluminaba las cenizas grises y blancas se acaba apenas la madera choca con la delgada, débil superficie del cigarro. La ventana se cierra y Manuel se acomoda la manta en sus hombros cuando va a abrir la puerta. Sus manos morenas se apropian del pomo negro, y piensa en que la última vez que abrió la puerta sin tener realmente claro quien estaba del otro lado se tuvo que tragar la sorpresa de ver los ojos verdes de Martín mirándolo con algo parecido a la duda, al rencor. Rencor por qué, le hubiese gustado gritarle, pero Manuel no podía engañarse a sí mismo sobre el fin desastroso que ambos tuvieron y la manera en que destruyó completamente el ritmo de su vida y lo mandó a llorar por horas y horas por quizás cuántos días seguidos, si ya no le gusta recordar.
Manuel quiere ignorar todo eso y abre la puerta, donde, para su dolor, Martín le mira otra vez con las cejas apareciendo como las plumas de un pavo real, donde sus pestañas de seda (las que le rozaban las mejillas al despertar juntos) se dirigen a él y sus pupilas, tan pequeñas a comparación del campo verde de sus iris, se detienen en su nariz. Manuel siente que el corazón se le va a salir del pecho y sus piernas se debilitan un poco.
—Usás lentes—murmuró. A Manuel se le hizo inevitable no pensar en la forma en que Martín parecía incapaz de saludarlo y siempre tenían que comenzar con un comentario obvio estas conversaciones – pero esta es solo la segunda vez que lo ve después de cuatro largos años, y aunque no espera que esto continúe, no quiere marcar alguna clase de tradición en esto que, definitivamente ruega, no suceda.
Manuel no lleva gorro ese día, así que Martín se queda admirando un poco la forma en que su pelo cae hasta su nuca. Solía tener el pelo largo, liso, pegado a la cara, obra digna de los estilos urbanos de mediados de los dos mil para los adolescentes. Ahora se le forman bucles parecidos a los rulos, pero más deformes; y Martín lo asocia con todas esas veces que Manuel se rapó al dos en épocas universitarias y como su pelo fue cambiando con los años, incluso cuando ya no pudo atestiguar todos esos cambios. Su frente se presenta clara ante él y algo le hace recordar a los roces de labios sobre la superficie morena lisa. La forma de su quijada, la forma en que sus pestañas caían por sus mejillas, la forma en que los marcos dorados y delgados de los lentes le contornean la dura nariz, le enmarcan los ojos de café con miel y lo miran desde ahí, cansados, quietos, pequeños tonos morados bajo ellos pero ya no hay luna que lo provoque.
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Writer in the Dark |ARGCHI|
Fanfiction"Apuesto a que maldices el día en que besaste a un escritor en la oscuridad" Martín no ve a Manuel hace cuatro años, no desde el día en que terminaron su relación de seis años. Ha aprendido a superar los amores perdidos y a visitar a veces la soleda...