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Peligroso poder

Lia observó las papillas y los sueros que le daban, había estado vomitando toda la mañana. Se acababa de enterar qué la habían estado tratándola vía intravenosa todo el tiempo que llevaba inconsciente.

Su abuela estaba aún lado de su cama, su padrino la había ido a dejar, claro se encontraba con la mirada perdida y un ligero gesto de molestia.

—Abuela —la voz rasposa de Lia la llamó.

La pobre señora Stark seguía en estado de shock. Todo ese tiempo había estado cuidando a un mago y una bruja. La carta de la magia y hechicería no era una broma.

Cuando vio a Amelia preocupada con una carta como la del verano pasado y la siguió junto a Lupin hasta el centro de Londres a unos almacenes viejos, pensó que su hija y su amigo habían perdido la cabeza cuando los vio hablar con un maniquí. Hasta que atravesaron el cristal.

Era un hospital, un maldito hospital. Ahí tuvo que enterarse de todo.

Sus nietos habían resultado unos fenómenos y todo era culpa de aquel vago criminal que engatusó a su hija años atrás. Maldito criminal, pensó.

—Abuela —volvió a llamar, la señora Stark giró a verla, Lia señalaba el montón de cartas y regalos, peluches y dulces de todo tipo.

¡Ja! Los dulces, la señora Stark hizo una mueca al recordar cuando una rana le salto a la nariz la semana pasada, había intentado robarle un dulce a su inconsciente nieta, pero se arrepintió cuando cobro vida.

—Toma —le entrego las cartas—. Que te salten cosas vivas a ti.

Lia recibió las cartas en su regazo y con los dedos temblorosos intento abrir la más reciente, respiraba con lentitud y había estado lo que llevaba despierta con los ojos entre abiertos, no pudo abrir las cartas.

Faltaba poco para que se terminara la tarde, cuando una enfermera se acercó.

—Tienes una visita.

Dumbledore apareció detrás de ella.

—¿Usted quién es? —saltó la abuela.

—Abuela, no —susurró—. Es el director de mi colegio.

El viejo sonrió y asintió a la muggle presente.

—Me entere que despertó esta mañana, señorita Stark —dijo Dumbledore—. El tratamiento debe estar haciendo efecto, ¿no?.

Lia se sentía algo avergonzada de tener enfrente a un mago tan asombroso como el señor Albus Dumbledore y como era de esperarse, tartamudeo un poco al contestar.

—S-si, algo-algo hace... pero ni siquiera se qué fue lo que paso.

El Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas era un muy buen hospital, pero al desconocer el origen del mal estado en el que se encontraba, todo se había vuelto más lento; los únicos síntomas que presentaba era que había caído inconciente por largo tiempo, tenido unas leves convulsiones, dolor en el cuerpo, temperatura y que ninguna de las pociones para calmar lo anterior servía.

La transfirieron de observación al tercer piso cuando una muestra de su sangre comenzaba a tornarse negra, un claro signo de que estaba envenenada y que esto estaba avanzando. Lo primero que intentaron fue un bezoar, no dio resultados. Cuando había despertado se dio cuenta el por qué no había sido enviada a ese piso antes, sus síntomas no eran muy comunes de envenenamiento. Llegó a ver sarpullidos, hasta ataques de risa incontrolables y otras cosas.

—Dime, Lia. ¿No sabes quién podría haberte hecho esto? —preguntó—. ¿Hay alguien que se sintiera amenazado del poder tan especial que se aloja dentro de ti?

𝕷𝖆 𝖑𝖊𝖔𝖓𝖆 𝖈𝖔𝖇𝖆𝖗𝖉𝖊 | HARRY  POTTER ½ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora