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Problemas del tamaño de un dragón

Los chicos fueron en el receso del día siguiente a la enfermería, pero lo único que encontraron fue a un chico de ravenclaw afuera de brazos cruzados y con los ojos llorosos.

—¿Lion? — preguntó Hermione al peliblanco.

El chico se sobresaltó y agitando su algo larga melena blanca, con los ojos verdes llorosos asintió.

—¿Sabes cómo esta Lia? —preguntó un Harry temeroso de su respuesta.

—La... la acaban de transferir a San Mungo —su voz se corto y Hermione se acercó a abrazarlo—. Creo que... que llego a convulsionar en la noche... o Dumbledore vino a verla, no se bien lo que paso, pero... no quiero perderla...

Los Gryffindor palidecieron y Hermionese le llenaron los ojos de lágrimas. Tom Ferguson llegó corriendo y abrazó a su amigo. Lion comenzó a cambiar involuntariamente su cabello a un azul, un triste azul.

—No te preocupes, Lee —dijo el rubio—. San Mungo es un hospital de medimagos expertos.

El día lo pasaron preocupados, no supieron reaccionar cuando Hedwig se les acercó durante la tarde con una nota de Hagrid. El dragón iba a nacer.

No supieron si asistir y lo discutieron saliendo de Herbología, Hermione no estaba muy contenta, pero acordaron que no podían dejar a Hagrid con tremendo problema. Por sus cabezas se cruzaba la posibilidad de que su amiga estuviera empeorando de salud, pero probablemente estaría mejor lejos del colegio, donde se encontraba su atacante.

Bajo la capa de invisibilidad se dirigieron a la cabaña del guardabosques. Tocarán la puerta aún bajo la capa y se la quitaron cuando el gigante abrió la puerta, dio un salto cuando aparecieron.

—Ya casi está fuera —dijo un Hagrid excitado y radiante. Los miró extrañado–. ¿Y la callada? ¿Está bien?

Hermione soltó un gemido, negando la cabeza.

—Estaba más grave de lo que pensábamos, y esta mañana la transfirieron al Hospital San Mungo.

Hagrid soltó un grito de asombro. Escucharon un ruido a sus espaldas, como si un pequeño duende golpeteara con una uña sobre la madera.

El huevo estaba sobre la mesa. Tenía grietas en la cáscara. Algo se movía en el interior, el curioso ruido provenía de allí.

Todos se sentaron y acercaron las sillas a la mesa para esperar, respirando con agitación.

Otro ruido se escuchó y el huevo se rompio. La cría de dragón aleteó en la mesa. Harry pensó que parecía un paraguas negro arrugado. Sus alas puntiagudas eran enormes, comparadas con su cuerpo flacucho. Tenía un hocico largo con anchas fosas nasales, las puntas de los cuernos ya le salían y tenía los ojos anaranjados y saltones.

Estornudó. Volaron unas chispas.

Hagrid alargó una mano para acariciar la
cabeza del dragón. Este se giró a mirarlo y le dio un mordisco en los dedos.

—¡Bendito sea! Miren, conoce a su mamá —dijo Hagrid.

—Hagrid —dijo Hermione—. ¿Cuánto tardan en crecer los ridgebacks noruegos?

Hagrid iba a contestarle, cuando de golpe su rostro palideció. Se puso de pie de un salto y corrió hacia la ventana.

—¿Qué sucede?

—Alguien estaba mirando por una rendija de la cortina... Era un chico... Va corriendo hacia el colegio.

Harry fue hasta la puerta y miró. Incluso a distancia, era inconfundible: Malfoy había visto el dragón.

Regresando al castillo les esperaba una sorpresa. La profesora McGonagall, en una bata de tejido escocés y una rejilla en el pelo. Draco Malfoy a su espalda portando una sonrisa malvada y de brazos cruzados.

—¡Castigo!

Decepcionada, enfurecida. Los cuatro estaban frente a ella.

—¡Cincuenta puntos menos para los cuatro!

—¿Perdón, profesora? —se acerco Malfoy— Probablemente escuche mal, pero ¿dijo, los cuatro?

—No, escuchó bien.

Gryffindor dejo de ir en primer lugar en la Competencia de las casas. El reloj de arena que solía estar lleno de rubíes ahora estaba casi vacío.

De ser una de las personas más populares y admiradas del colegio, Harry súbitamente era el más detestado. Hasta los de Ravenclaw y Hufflepuff le giraban la cara, porque todos habían deseado ver a Slytherin perdiendo la copa. Por dondequiera que Harry pasara, lo señalaban con el dedo y no se molestaban en bajar la voz para insultarlo. Los de Slytherin, por su parte, lo aplaudían y lo vitoreaban, diciendo: «¡Gracias, Potter; te debemos una!».

Hermione y Ron no la pasaban tan mal porque no eran tan conocidos.

Harry se juró que, de ahí en adelante, no se metería en cosas que no eran asunto suyo, se sentía muy mal y no sólo por los puntos, una parte de él sentía que Lia se encontraba en el estado en que estaba por su culpa, por meterse en lo que no le importa, e igual sus otros dos amigos estaban en problemas, por meterse en lo que no le importa.

Sin embargo, los exámenes se acercaba. Él, Ron y Hermione se quedaban juntos, estudiando hasta altas horas de la noche.

Seguían preocupados por la leona que les faltaba, a veces le enviaban cartas y dulces, pero era inútil, ella no las leería ni se comería los dulces. Tenían entendido que la mantenían viva mediante pociones revitalizantes, vitaminas y hasta respiradores. Y pasear de todo Hermione se preguntaba cómo le haría la pobre para pasar los exámenes.

Gracias a Lion se enteraron que hasta una semana antes de los exámenes, la habían trasladado de la planta baja de emergencias a la tercera planta del Hospital, donde trataban envenenamientos por pociones o plantas, e iniciarían un tratamiento leve de antídoto contra venenos comunes.

Esa misma tarde, Harry salía solo de la biblioteca oyó que alguien gemía en un aula que estaba delante de él. Mientras se acercaba, oyó la voz de Quirrell.

—No... no... otra vez no, por favor... –Oyó que Quirrell sollozaba— Muy bien... muy bien.

Al segundo siguiente, Quirrell salió apresuradamente del aula, enderezándose el turbante y desapareció.

Se había rendido.

A la mañana siguiente les llegaron notas en el desayuno. Casi habían olvidado que todavía les faltaba el castigo.

Su castigo tendrá lugar a las once de la noche. El señor Filch los verá en el vestíbulo de entrada.

Prof M. McGonagall.

A las once de la noche abandonaron la sala común y se encontraron con Filch y Malfoy en el vestíbulo.

—Síganme —dijo Filch, encendiendo un farol y conduciéndolos hacia fuera—. Oh, sí... trabajo duro y dolor son los mejores maestros, si quieren mi opinión... es una lástima que hayan abandonado los viejos castigos... colgarlos de las muñecas, del techo, unos pocos días. Yo todavía tengo las cadenas en mi oficina, las mantengo engrasadas por si alguna vez se necesitan... Bien, allá vamos, y no piensen en escapar, porque será peor si lo hacen.

Por el trayecto que tomaron, se dieron cuenta que se dirigían a la cabaña de Hagrid. La luna brillaba, pero las nubes la tapaban, dejándolos en la oscuridad. Delante, Harry pudo ver las ventanas iluminadas de la cabaña y al gigante afuera de esta cargando una ballesta en la mano, al acercarse lo vieron sollozando.

–Oh... no seguirás llorando por ese dragón —soltó Filch burlón.

—Dumbledore envió a Norberto a Rumanía, con tu hermano, Ron.

—Deja de llorar, en unos momentos entraras al bosque.

—¿Al bosque? —se asustó Malfoy—. Yo no entraré al bosque... hay... hombres lobo.

—Lo harás, si es que quieres seguir en Hogwarts —le contestó Filch—. Volveré al amanecer... a recoger lo que quede de ellos.

Y así se internaron en la espesura del bosque...

𝕷𝖆 𝖑𝖊𝖔𝖓𝖆 𝖈𝖔𝖇𝖆𝖗𝖉𝖊 | HARRY  POTTER ½ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora