Prólogo

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Llovía torrencialmente cuando salí y enfilé derecho hacia la cabina telefónica. Ya casi había llegado a ella.

Mis opciones eran dos y dependían de cual fuera el resultado de la llamada: podía quedarme o bien podía tomar otro autobús y seguir mi viaje.

—¿Hola?

No era Harry; alguien más había contestado el teléfono, se oía un gran alboroto de fondo. Controlé mi reloj: eran las ocho de la noche de un viernes. Quizás estaba en un local, en un bar o incluso, cenando fuera; y yo lo estaba molestando.

—¿Hola?

Me aclaré la garganta.

—Ehm, disculpe, ¿es... es este el número de Doc?

—¿Doc?

—Disculpe, quise decir Harry.

—Sí, es este. Me ha pedido que conteste porque está poniendo cosas en el frigorífico. ¿Quién habla?

Tragué saliva con fuerza en lugar de colgar el teléfono como debería haber hecho.

—Soy Louis y...

—¿Louis?

«¡¿Louis?!» repitió una voz a lo lejos.

—Hey, Haz; ¿conoces a alguien que se llama...?

—¿Sabes qué...? —comencé a decir justo en el momento en el cual, desde el otro lado de la línea, se escucharon sonidos apagados y un golpe a continuación, como si algo hubiera caído al suelo. Quizás el teléfono.

—¿Louis? —alguien dijo con un hilo de voz. Mi nombre, en los labios de quien lo había pronunciado, sonaba bellísimo.

—Hey... —respondí yo, sonriendo al teléfono mientras la lluvia que entraba a la cabina empezaba a empaparme las botas vaqueras ya desgastadas.—Disculpa la interrupción. No pensé que podrías estar ocupado.

—No interrumpes nada. ¿Dónde...?

—¿Estás en una fiesta?

—No, estoy en casa de un amigo y estábamos por cenar.

—Entonces te dejo y...

—Somos muchos, Lou —me aseguró—. ¿Dónde estás?

Comencé a tiritar.

—No estoy lejos, así que pensaba que podría...

—Sí —interrumpió—. Ven a mi casa. Salgo para allá inmediatamente.

—Oh no, no...

—Lou... —Tomó aliento—. Por favor, nos vemos allí.

—Mejor paso mañana por la mañana —le dije, dándome cuenta de lo exhausto que estaba. Quería darme una ducha y afeitarme antes de verlo. Siempre que me lo encontraba, yo estaba hecho un asco, vestido con la misma ropa con la cual dormía desde hacía semanas. Se merecía algo mejor.

—Louis... lo lamento, ¿bien?

—No hay nada de que lamentarse.

Hubo un largo silencio y, pasado un minuto, comprendí. No soy alguien muy rápido de entendederas, pero hasta yo pude entender a qué se refería.

—No es un castigo. Es solo que tengo un aspecto espantoso y quisiera arreglarme un poco esta vez. Te prometo que iré.

—¿Lo prometes?

—Sí —respondí con los dientes castañeteando.

—Oh, Dios. ¡Te estás muriendo de frío! Estás... ¿dónde estás, exactamente?

Rana y PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora