Capítulo 13

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Cuando llegamos a casa le puse una toalla húmeda en la nuca, mientras vomitaba otra vez. Le di una palmada en la espalda cuando, por fin, ya no tuvo más nada que expulsar.

—Esta debe ser la mejor noche de mi vida —gruñó apoyando la cabeza sobre la porcelana del inodoro. Estaba blanco como el papel, sudando y temblando.

—Tanto es así que será difícil de olvidar. —Le sonreí.

—Estoy asqueroso.

—Estás borracho. —Suspiré—. ¿Has comido algo durante el día?

—¿Cómo puedes quedarte aquí? —preguntó, haciendo caso omiso de mi pregunta.

—Porque todo esto no me molesta en lo más mínimo. Ahora, levántate y lávate la cara y los dientes. Te traigo un vaso de agua para que tomes una aspirina.

—Doy asco, lo sé, pero me está dando hambre.

—Está bien.

—Y quiero darme una ducha.

—Está bien. —No podía dejar de sonreírle con la mirada—. Adelante. Mientras tanto, yo voy a hacer un sándwich y un poco de sopa. Únete a mí en la cocina luego.

—Gracias.

Me levanté y lo dejé allí, solo.

Cuando entró a la cocina, ya esperaban por él un sándwich de jamón con un poco de mayonesa y un tazón de caldo de pollo. También apoyé, al lado de su plato, el vaso de agua y dos aspirinas. Se lo comió todo y levanté la mesa.

—Lou.

Me giré apoyándome en el fregadero y lo miré.

—¿Qué tienes pensado hacer ahora que te vas a quedar?

—Voy a trabajar para tu hermana cuidando a los niños. No creo que su marido vaya a volver, pero incluso si lo hiciera, aun así seguiría necesitándome. Él ya la ha traicionado una vez y ella no es tan estúpida como para permitir que lo haga de nuevo. Ella no querrá meter a otra mujer en su casa.

—Estoy de acuerdo. —Se aclaró la garganta—. ¿Estás bien con eso? Cuidar a los niños, digo.

Me crucé de brazos.

—Sí, estoy. ¿Y tú?

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, tú serás el que tenga que decir: "Me acuesto con la niñera".

Se ahogó con el agua que estaba bebiendo por lo que di un salto hacia él para tomar el vaso de su mano y poner una toalla en su cara; el agua le salió por la nariz.

—Y sigues vomitando...

—Bueno, ¡¿QUÉ MIERDA?! —Gritó—. Por el amor de Dios, Louis, no me importa un comino el trabajo que hagas. Solo quiero saber que estás aquí, en casa, en nuestro hogar, incluso si no haces nada durante todo el día, excepto para estar conmigo para siempre. Todo lo que necesito es...

—Una base.

—¿Qué?

—Quieres construir un futuro para nosotros, quieres que hagamos una vida juntos.

—Sí, exacto.

Asentí con la cabeza.

—El otro día, Micah tenía que dibujar algo que le recordara a mí e hizo una montaña.

—¿En serio?

—Sí. Me hizo pensar —dije, caminando alrededor de la mesa de la cocina para ponerme a su lado—. Yo soy una montaña. No tengo raíces, como sí las tenéis tú y tu familia, pero estoy aquí, y no me muevo. Puedes construir sobre mí, puedes contar conmigo, y entonces usaríamos tus raíces y yo podría ser la casa de todos vosotros.

Rana y PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora