Capítulo 3

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Alcancé a ver el famoso BMW de cuatro puertas, negro y reluciente, que se acercaba. Hice un gesto con la mano y Harry salió del coche y se dirigió hacia la acera. 

Verlo acercarse me robó el aliento: era tan perfecto que parecía salido de una revista. Su cabello rizado y castaño estaba peinado hacia atrás y vestía una chaqueta de cachemira que acentuaba sus hermosos hombros anchos, tenía una bufanda de lana alrededor de su cuello, que caía en el medio del frente de aquella prenda costosísima.

Con aquel suéter, aquellos pantalones y esas botas relucientes, parecía una visión sobrenatural que hubiera surgido justo frente a mí, y estaba viniendo a mi encuentro. Yo, sin embargo, tenía todo el aspecto de un sin hogar que estaba a punto de recibir limosnas de él.

Me sentí como si hubiera cometido un error. Estaba avergonzado de cómo lucía, de cómo olería y, en ese momento, comprendí que no debería haber hecho esa llamada.

—¡LOU! —gritó.

Hasta que le oí decir mi nombre. Nada más tuvo importancia después de eso.

Dejé caer mi mochila y levanté los brazos hacia él, esperando que me alcanzase.

Aceleró el paso y se abalanzó sobre mí, con fuerza contra mi pecho, presionando su cara en mi cuello y abrazándome fuertemente.

—¿Por qué estás temblando? —pregunté con los labios entre su cabello, sosteniéndolo, disfrutando de la sensación de su cuerpo macizo pegado al mío y sintiendo sus labios moviéndose sobre mi cuello.

—Porque me hiciste falta, idiota. —Se aferró a mí todavía con más ímpetu, levantandome la cabeza con dos dedos para mirarme directamente a los ojos—. ¿Te metes en el coche? Así puedo besarte.

Con gusto, Señor —le contesté.

Dio un paso atrás, se quitó uno de los guantes de cuero y tomó mi mano, entrelazando sus dedos con los míos. No tuve idea de cuánto frio tenía hasta ese momento, cuando me tocó. Una vez en el coche me dejó ir; lancé mi mochila sobre el asiento de atrás mientras él daba la vuelta para entrar y ponerse al volante.

Obviamente, el automóvil de asientos de cuero olía magníficamente.

—Maravilloso. —Me regocijé, dejándome envolver por el aire caliente de la calefacción.

Pulsó el seguro, haciendo imposible la huida, y me volví hacia él con una sonrisa, como queriendo ocultar aquel gesto explícito. Al ver que su barbilla temblaba, me acerqué a él. Puse mis dedos en su cuello y con el pulgar le acaricié la mandíbula, acercándolo a mí.

—Déjame tomar una buena ducha caliente cuando lleguemos a casa, ¿de acuerdo? De ese modo, cuando esté limpio, podré meterme en tu cama.

Parpadeó velozmente y comprendí que estaba al borde de las lágrimas.

—¿Desde cuándo lloras por mí? —bromeé, tratando de alejarlo de ese estado de ánimo.

—Desde que pensé que nunca te volvería a ver.

—Eso jamás sucederá —le aseguré—. Y cuando por fin tenga un lugar donde quedarme, quizás, incluso, puedas pensar en venir a visitarme.

—O quizás tú podrías quedarte aquí.

—Harry, no...

—Ya basta —soltó, poniendo sus manos en mi cara y tirando de mí hacia él. Al mismo tiempo, viniendo a mi encuentro para comenzar a besarme apasionadamente, sin descanso, demostrándome lo mucho que me había echado de menos.

Yo experimentaba esas mismas sensaciones: cada vez que estábamos separados, sufría por él.

Sus labios se abrieron en un instante para dar la bienvenida a mi lengua, y recordé en un segundo lo que era poner mi boca sobre la suya, estar con él y sentirme embriagado de su presencia.

Rana y PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora