Capítulo 5

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A la mañana siguiente, fui sorprendido con unos cubos de hielo sobre el estómago.

Grité de la impresión y oí las risas haciendo eco en la habitación. Entonces, pequeños brazos se aferraron a mi cuello y me di cuenta que no era hielo. Eran pies. Micah y Pip se reían como locos y Tristán sonreía mientras cambiaba de canal en la televisión.

—¿Por qué estáis aquí? —pregunté a los diablillos. Ciertamente se me había escapado la noche anterior que eran plagas. O tal vez yo estaba tan cansado que mi cerebro se había derretido completamente.

—Hemos venido a buscarte a ti y al tío Harry para ir a lo de los abuelos.

«¡¿Qué?! ¿Parientes? ¿Más parientes? ¿Estaba loco?»

Agarré la sábana y la tiré sobre Pip y Micah, luego me dirigí a la cocina, desde donde sentí venir el aroma del café.

—Buenos días —dijo Gemma. Me lancé primero sobre su hermano y lo besé, y luego, sobre la cafetera.

Señora, usted tiene hijos pestilentes.

Rió tímidamente.

—¿No me digas que te han puesto los pies helados sobre el vientre?

—¡Dicho y hecho! —respondí.

—Dios —dijo con un suspiro— realmente se han enamorado de ti

Solté un bufido, mientras Harry se acercaba.

—¿Cómo has dormido, vaquero?

—Ya no soy más un vaquero —le dije sorbiendo mi café negro.

—Siempre serás mi vaquero —dijo con la voz aún ronca de sueño, dándome un montón de pequeños besos en la mejilla. No logré contener el ronroneo de placer que se escapaba de mi boca. Gemma hizo un ruido, pero no me molesté en lo más mínimo en mirarla. Estaba demasiado interesado en su hermano y en sus manos deslizándose por mi espalda debajo de la camiseta.

—Este fin de semana —comenzó Harry, pasándome los dedos sobre los abdominales—, les prometí a mis padres ir hasta su casa, en Half Moon Bay, porque mi hermano Brett y su familia van a pasar las fiestas con los padres de su esposa, así que no los veremos hasta después de Año Nuevo.

Ya.

—En teoría, también iría allá Gemma con los niños.

—Y mi marido —añadió con un suspiro—. No te olvides que, en teoría, debería tener un marido.

—No es tu culpa, bonita —le recordé.

—Lo sé, pero...

Dejé el café sobre el mostrador, pues a pesar de que yo lo necesitaba para espabilarme, tenía una mayor necesidad de Harry. La fascinación por ese hombre era insuperable.

—Bueno, a lo que es mi parecer, debéis ir —le dije, bostezando y envolviendo los brazos a su alrededor, acercándolo más a mí—. Puedo quedarme aquí.

—Ohh, nooo —canturreó Gemma desde atrás—. Quiero que pases todo el tiempo posible con los chicos. Y quiero comentarte sobre Micah.

—Yo no quiero ser un estorbo —repliqué, deslizando la mano por la espalda de Harry, arrastrándolo más cerca.

—No lo serás. —Suspiró—. Te lo garantizo. Créeme, tanto yo como mi hermano necesitaremos de ti para soportar a nuestros padres.

—¿Es cómo dice? —le pregunté a Harry, izándole la barbilla y mirando dentro de sus ojos color verde.

Rana y PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora