Capítulo seis

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"Si quieres volar, yo seré tu cielo

You can come to me, Ross Lynch & Laura Marano"

Me senté en el enorme sofá negro que se encontraba justo en frente de un delicado centro de estar. Había cortinas muy tétricas y fotos demasiado grises para mi gusto. El apartamento rentado en el que se había estado quedando Eduardo cuando venía de vacaciones era oscuro, no tanto como la mirada de su madre en todas las fotos, pero sí bastante misterioso.

—Entonces... —me ofreció una taza de café, mientras se posaba frente a mí con una mirada divertida y esperanzada.

Lo había pensado toda la noche. Les había escrito a mis padres, lo consulté con la almohada y Tina parecía estar más emocionada que el día en que había quedado seleccionada en sus pasantías. Los nervios crecientes eran producto de toda la adrenalina que iba a provocarme convivir diez meses a su lado, intentando que eso no fuera a traerme demasiados problemas posteriores.

—Voy a ir contigo a esa gira —le dije, quedándome sin aire.

Trescientos días eran suficientes para encadenarme a los nuevos propósitos que la vida tenía para ofrecerme, salvo porque no iban a ser apropiados para inmiscuirme en su normalidad.

— ¿Lo estás diciendo en serio? —Se emocionó, levantándose de golpe—. Te prometo que la vas a pasar bien. Y más pronto de lo que crees estarás en una cabina de nuevo.

—Creo que olvidarme de la cabina por unos meses no está del todo mal —correspondí, arrugando la nariz.

Después de haber estado sumergida en el estrés vespertino de Casttle, sabía que acostumbrarme a un nuevo entorno y a un nuevo jefe no era la parte que más me disfrutaba. Fabián era único, Leila brindaba más consejos que una dulce anciana en un pueblo solitario, y no quería perder el ruedo por caprichos sin sentido.

—Estoy seguro de que todos estarán encantados —sonrío con emoción, transmitiéndome un poquito de su alegría.

Su felicidad se contagiaba, y se veía como alguien diferente cuando sabía que nadie podía resistirse a su personalidad. Los ojos le brillaban de una manera más bonita, y la línea de sus dientes se alineaba con perfección.

—Apuesto a que sí —comenté nerviosa, mientras intentaba rascarme la nuca.

Eduardo era una persona que estaba demasiado lejos de querer deshacerse un poco de su registro musical para arriesgarse a conocer mis inquietudes. Nuestras conversaciones no iban mucho más allá de preguntarme qué opinaba acerca de la letra de una que otra canción que haya compuesto una tarde aburrido en la soledad de su habitación.

—Desde que llegaste te noto extraña —se sentó a mi lado, mirándome—. ¿Te sientes bien?

—Estoy bien —lo tranquilicé.

Tomó un sorbo de su vaso, inspeccionando cada movimiento que hacía con mis piernas o en el extraño sonido que salía de mis dedos tronándose.

—Venga, cuéntame.

—No es nada —comenté, mintiendo—. Extraño a Fabián y a Leila. No los veo desde hace días.

Bajó la cabeza, sintiéndose culpable.

—Lo lamento, Azucena —dijo después, en un suspiro poco entendible—. Lamento haberte arrebatado tu sueño. Sé que no sirve de nada decírtelo ahora, pero realmente lo siento.

—No es tu culpa, Ed.

—Me fui de ahí sin el consentimiento de nadie —dijo, exaltado—. Lo único que hice fue pensar en mí, en mí y en mí otra vez. Ni siquiera fui consciente de que eso podría traerte consecuencias a ti. Solo me importa hacer las cosas a mi manera, sin que me cuestione lo más mínimo en que esa no sea la forma correcta de actuar. Eso no está bien. No es justo y no te lo mereces.

Suspiros en el jardín de la esperanza (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora