Capítulo nueve

39 15 4
                                    


"Sería más fácil odiarnos

Sería más fácil, Carlos Rivera."

Desperté con un olor peculiar. Uno bastante conocido, y casi apostaría a decir que demasiado varonil. El brazo de Eduardo se pasaba por mi cintura al tiempo en que respiraba con tranquilidad en la parte posterior de mi cabeza. Su agarre era imponente y, por un segundo, logré sentirme lo bastante protegida como para no desanudar mis piernas de las suyas, y dejar que lo genuino de nuestra noche permaneciera en mis sentidos unos cuantos segundos más. Lo sentí removerse después, frotando sus ojos con su mano derecha. Levantó la cabeza lentamente, y soltó una risita cómplice, porque sabía que estaba despierta y que mis ojos cerrados eran solo una cortina falsa.

—Sé que estás despierta —siseó con la voz ronca. Muy ronca.

Volteé a su lado y sonreí en respuesta. Me estaba comportando como una ridícula niña de diecisiete años, pero no me importaba, porque él me seguía la corriente y entonces éramos una fusión de adolescencia.

—Lo siento —susurré.

En un movimiento brusco, logró aprisionarme hacia su cuerpo y acabó encima de mí, haciéndome trepidar. Estábamos actuando como si la atracción fuese lo suficientemente notoria como para ir un paso más allá de la amistad, pero mis inseguridades eran mucho más fuertes que el deseo por jalar su camisa y besarlo. Porque eso quería. Y me estaba muriendo.

—Me gustó tu compañía nocturna —bajó la cabeza y pegó sus labios en mi oído. Mis piernas se volvieron gelatina y sentí el ardor subir como una ráfaga hasta aterrizar en mis pómulos—. Nunca había notado que tienes pecas alrededor de la nariz.

—No me gustan —rodé los ojos—. Siempre las cubro.

—Pues cada vez que me visites, el maquillaje no es algo que se acepte en esta casa —sonrío con orgullo—. Te hacen lucir tan preciosa que sería una verdadera pena que nadie pudiese contarlas.

Para ser muy engreído a veces, Eduardo sabía perfectamente cómo colocar nerviosas a las mujeres. Con su extensa experiencia relacionándose con ellas, no me sorprendió que dijese aquella frase con tanta seguridad. Ahora, era yo la que no podía reaccionar.

—Tonterías —contraataqué, ocultando mis nervios de la forma más patética que pude.

—Ahora creo que deberías contarme quién te hizo creer semejante estupidez —dijo, calmado pero con un tono desafiante—. Te creí siempre capaz de salir con chicos listos, bastante educados para lo que me gustaría pensar y, quizás, demasiado mojigatos. No me lo malinterpretes, pero es que en verdad no imaginé jamás que fueses de esas mujeres inseguras.

— ¿Y quién te hace creer que un...?

—Hace años tenías una mirada amenazante, decidida y ambiciosa —me calló, haciéndome mirarlo con detalle—. No digo que eso esté mal, por supuesto, porque no estabas dispuesta a hablarme sobre ti y yo no era lo suficientemente cuerdo emocionalmente como para preguntártelo. Siempre me he considerado una persona bastante detallista, pero he de confesarte, Ceni, que cuando te vi otra vez, ya no era la misma.

— ¿Pero es que tú crees que la gente no cambia? —Dije, atónita por su confesión.

—Para ser una chica que calcula demasiado, eres muy tonta —bromeó, llevándose la mano al cabello y acomodando el copete que desviaba su lugar—. Solo que ahora veo a una persona extremadamente frágil y quebrada por dentro.

La habitación quedó en silencio por unos cuantos minutos que parecieron una eternidad. No podía culparlo por haber creado un cuadro que hablase de mi salud emocional, pero me había tomado por sorpresa.

Suspiros en el jardín de la esperanza (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora