Buenos días... ¿princesa?

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Alessandra abrió los ojos y se desperezó. Era una de esas pocas mañanas en que se despertaba en su cama, en su apartamento. Sin embargo, era la primera en que se despertaba esposada a la cabecera de dicha cama. No recordaba nada de la noche anterior. Con sus ágiles y finos dedos, estudió las esposas que la sujetaban a la estructura de hierro forjado, en busca del pequeño pestillo que permitía abrirlas sin la llave. No lo encontró. No eran sus esposas.

<<Bien, Alessandra, tranquila. Al menos estás en casa>>, pensó para sí. O eso creía, pues el cuarto que tenía a su alrededor en absoluto encajaba con su último recuerdo de su tan cuidadosamente ordenada habitación. La inspeccionó detalladamente. Las cosas que debían estar recogidas sobre su pequeño escritorio se encontraban desparramadas por el suelo, junto a él. En el respaldo de su silla, la cual se encontraba tirada en el suelo, podía ver los pantalones que -creía- llevaba anoche. Junto a la puerta, sus botas preferidas y, junto a estas, un par de zapatos que no reconocía. A los pies de la cama, su sujetador y su camiseta. La camisa que llevaba, en cambio, no era suya. <<Demasiado hortera>>. Llevaba puestas las bragas.

Empezó a oír un borboteo en la cocina, y le embriagó el olor a café recién hecho. Le encantaba ese olor, y aún más el café recién hecho al despertar. Trató de concentrarse en recordar qué había hecho anoche. Poco a poco, las lagunas desaparecían. Había salido con Adrianna y, tras varios chupitos y bares, se despidieron, pero ella no fue a casa. ¿Por qué? Escuchó cacharreo en la cocina, y abrir y cerrar de armarios, como si alguien buscase algo.

- Las tazas están en la segunda puerta por la derecha -dijo en un tono de voz suficientemente alto como para que se la oyera desde la cocina, pero sin asustar a su invitado.

- Gracias -le contestó una voz amable.

Se preguntó por qué tenía la sensación de haber dormido tan bien, teniendo en cuenta que se encontraba esposada con las manos sobre la cabeza. Al fin, el misterioso invitado salió de la cocina.

Salió de espaldas para poder cerrar la puerta tras de sí y, una vez en el estrecho pasillo, se dio cuenta de que, cargando la bandeja con las dos tazas de café y tostadas que llevaba, no podía darse la vuelta sin derramarlo. Sorprendentemente, en lugar de volver a entrar en la cocina y darse la vuelta allí, decidió hacer el angosto recorrido de espaldas. Mientras se acercaba lentamente y cuidadoso de guardar el equilibrio de la bandeja, Alessandra le escrutaba con la mirada. Vestía únicamente unos vaqueros claros, los que, supuso Alessandra, llevaba al llegar anoche a su piso. Lucía una espalda fuerte y la piel morena, y se mostraba ágil y contento con su cuerpo. No pudo evitar dejar escapar una risilla ante el hecho de que hubiera decidido recorrer el pasillo hacia atrás en lugar de dar la vuelta.

Cuando hubo entrado en la habitación, se giró. Era de pelo moreno y corto, con el flequillo alzado. Lo que la bandeja no tapaba de su torso se veía terso y fuerte, al igual que sus brazos. Tenía la barba cuidada y perfectamente perfilada, y los ojos castaños de Alessandra se toparon con unos intensos ojos de color verde. Sus labios dibujaron una perfecta sonrisa, dejando entrever una dentadura tan perfecta y cuidada como el resto de aquel hombre. Dio un par de pasos hacia la cama, posó la bandeja en la mesilla de noche y se sentó en el borde, junto a Alessandra.

- Buenos días... ¿princesa? -dijo sonriente, añadiendo un matiz sarcástico a la última palabra, como valorando interiormente si lo que había pasado en esa habitación esa noche era algo digno de una princesa.

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