Epílogo

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Advertencia: Lemon ligerito, jajaja.

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Se encontraba desesperado, como nunca antes. No sabía qué demonios hacer en un momento como este, ¿qué se hacía en estos casos?

Siempre había sido un ninja de elite, el mejor de su aldea, el arma definitiva, era el Kazekage, pero a pesar de todo eso, no podía controlar sus nervios en este momento, sentía que le iba a estallar la cabeza mientras veía a los doctores ir de un lado para el otro, diciendo cosas que la verdad no intentaba comprender, lo único que quería era saber cómo se encontraban su esposa y su hijo.

Había sido un día realmente largo y sentía que las horas pasaban más lento de lo normal y el recuerdo de los gritos de Matsuri mientras le venían los dolores del parto no ayudaban demasiado a calmarse, además, ya había pasado muchísimo tiempo desde que la ingresaron en esa famosa sala y aún no sabía que carajos estaba pasando allí dentro, porque nadie se dignaba a decirle algo.

—Demonios... —masculló ya cansado. Estaba preocupado y nervioso, nunca pensó que el hecho de ser padre lo pusiera así, ni siquiera una misión de rango S lo había hecho sentir tan asustado.

Pero finalmente se calmó al oír un estruendoso sonido rompiendo el silencio de ese lugar, el llanto de un bebé, de su bebé.

Una enfermera salió por aquella puerta que segundos antes lo separaba de la persona que amaba y él se puso de pie instantáneamente. La miró de forma inquisidora y ella sólo sonrió alegremente.

—Puede pasar, Kazekage-sama, su bebé ya ha nacido —anunció, quitándole un gran peso de encima al pelirrojo. Jamás imaginó que Matsuri gritaría como una desquiciada cuando llegara el momento de tener al bebé, sabía que dolía, pero al no ser él quien tenía esa tarea de traer un hijo al mundo, no alcanzaba si quiera a imaginarse cuánto.

—Gracias —fue todo lo que dijo, tan serio como siempre, aunque por dentro de sentía el ser más feliz sobre la tierra. No podía creer que era el mismo que años atrás era considerado un monstruo por toda su aldea, era odiado y temido por quien se le pusiera en frente, era rechazado incluso por sus familiares. Pero desde que la había conocido a ella todo era diferente, ella siempre lo miró distinto a los demás, con dulzura, sin demostrar el más mínimo atisbo de miedo en aquellos ojos negros como la noche, pero tan brillantes como el sol. Ella siempre lo animó con sus sonrisas tímidas y su comportamiento afable.

Cuando era sólo una inexperta aprendiz de ninja bajo su tutela, hacía todo lo posible por impresionarlo, por mostrarle que era capaz de estar a su altura, que era digna alumna suya.

Suya.

Ella siempre había sido suya, desde el preciso instante en que sus labios se unieron por primera vez, jamás pudo olvidarse de aquella cálida sensación, jamás pudo borrar de su cuerpo el recuerdo de esas suaves manos mientras lo acariciaban, ni mucho menos la fragilidad de su cuerpo al momento de hacerla su mujer. Ahora que lo pensaba, no podía imaginar cómo sería su vida sin que Matsuri hubiera aparecido en ella, ¿aún sería considerado un monstruo? ¿Habría podido conocer el amor?

Seguramente sería aún una persona infeliz y sólo fingiría estar conforme con la vida que le haya tocado, pero las cosas no eran así, ella estaba en su vida y eso era lo importante, ella, su Matsuri, estaba a su lado.

Entró en aquella blanca habitación, tan blanca que por un momento se le nubló la vista ante tanta luz que irradiaba el cuarto en comparación con el pasillo. Apenas sus ojos se acostumbraron a aquel lugar, desvió la mirada hacia la cama y, allí estaba ella. Se veía agitada, cansada, pero una tierna sonrisa adornaba sus labios, esos labios que él tanto adoraba besar, que eran como su droga, su elixir, esos que sabían al más delicioso manjar que haya probado en su vida.

A EscondidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora