A Escondidas III

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Advertencias: Lemon.

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Sin duda, las palabras que él acababa de decirle eran las que más feliz le habían hecho en la vida, pero tenía miedo. La persona que tanto ella amaba estaba dispuesta a dejarlo todo, él estaba decidido a renunciar a todo por estar a su lado y estaba asustada de que él luego pudiera arrepentirse.

Y, sin embargo, no quería alejarse de él. Quería aferrarse más a su cuerpo, respirar su aroma, estar entre sus brazos. No quería que él la volviera a dejar porque sabía que eso la mataría, ya la primera vez que sucedió, creyó que iba a morir y aunque sobrevivió como pudo, sabía que no habría una segunda vez.

Por su parte, el Kazekage estaba decidido, estaba seguro de que había tomado la decisión más importante en su vida y lo haría por ella y por su hijo, porque los amaba a ambos más que a nada en el mundo, mucho más que un título en una aldea. Por supuesto que también le importaba su otro hijo, pero no podía seguirse mintiendo.

—¿De verdad crees que está bien? —le preguntó la castaña, clavando sus ojos negros en los aguamarina de él, mas su amado sólo le dedicó una sonrisa, con la cual logró tranquilizarla.

—Nada tendría sentido en mi vida si no puedo tenerte, Matsuri —le susurró antes de besarla. Matsuri abrió más su boca para permitirle a él explorarla con su lengua, sintiendo que le faltaba el aire.

Ya nada importaba, sólo el hecho de que estaban juntos y de que se amaban, lo demás simplemente se podía ir al diablo.

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Aquel día era, sin vacilación, el más triste que ella pudiera estar viviendo y, aquella imagen la más cruel.

¿Por qué tenía que suceder? ¿Por qué él tenía que estar hoy frente al altar, con otra mujer?

Realmente se sentía una cobarde y estúpida, porque jamás le dijo que lo amaba con todas las fuerzas de su alma. Jamás se atrevió a confesarle los sentimientos que por más que tratara no lograba reprimir. Amaba al Kazekage de la aldea de la arena, lo amaba tanto que no cabía en su pecho el dolor que estaba sintiendo al verle jurar ante toda la aldea que le sería fiel a su ahora esposa y que la amaría a pesar de todo.

Sus lágrimas no se contuvieron al mismo tiempo que todos aplaudían por la unión de su amado Kazekage con aquella joven, hija de uno de los ancianos del consejo. Matsuri sentía como su corazón se rompía en diminutas partes, filosas y dolorosas, que le clavaban por dentro.

—Hey, Matsuri —la llamó la hermana del "feliz" novio, mostrándole una sonrisa—. No tienes para que emocionarte tanto.

La castaña simplemente asintió; aunque sabía perfectamente que no estaba emocionada por esa boda, sino más bien se sentía destrozada. Y encima había tenido que asistir por obligación. Podría haberse quedado en su casa encerrada, llorando todo el tiempo si fuese necesario, pero él era su sensei y, ante todo; su amigo, y le había pedido personalmente que fuera, ¿qué más podía hacer? ¿Rechazarlo? ¿Gritarle que no se casara porque ella lo amaba?

Y después de todo, ¿quién le aseguraba a ella que él sentía lo mismo?

No, más bien, estaba claro que él no sentía lo mismo. Por algo se acababa de casar con Sayuri Sanjou.

—Felicidades, Gaara-sama —dijo con la voz quebrada, acercándose a él, pero trató de disimular en lo más posible todo el dolor que estaba sintiendo.

Él la miró por un eterno segundo, detallando su fino rostro cubierto por esas lágrimas, que ante sus ojos sólo la hacían lucir más hermosa de lo que ya era. Se fijó en los labios de la joven, tan apetecibles para él y, después siguió el contorno de su figura a través de ese vestido de fiesta de color rojo carmesí. Sabía que no estaba bien verla de esa manera, acababa de casarse con otra mujer, pero no podía evitar lo que sentía cada vez que su ex -alumna se le acercaba.

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