Todavía recuerdo esa textura de madera astillada, fría como la media noche, incrustándose en mi piel cual agujas de metal. Callada me quedé, soportando incones y malestar, cargando el peso de la indiferencia y la amargura encima de mí. Esa noche olvidé el amor y la pena que sentía por mis padres, y los reemplacé por odio en ese preciso instante.
Al compás de los grillos caminaban, avanzando sin demoro alguno, en perfecta sincronía.
Mantenía la vista siempre vigilando el lugar, con cuidado y mucho detalle. Uno tras otro aparecía en la escena, hasta que vi un cuarto, vestido de la misma manera que reverendo Isaías, nunca lo había visto en mi vida, pero el reverendo lo llamaba Emanuelle. Extranjero parecía ser, alto, de buen porte, su cabello rubio y ondulado hacían juego con su piel blanca y sus ojos azules.
―¿Tiene que ser hoy? ―escuché preguntar a mi padre, temblándole la voz.
―Don Eduard, si no se realiza hoy, ya no podremos expulsar al demonio, ni reencarnar su alma. De todas formas, va a morir ¿Qué prefiere usted? ―contestó el reverendo de manera cruda, colocándole una mano en el hombro a mi papá. Él agachó la cabeza en signo de lamento, se secó los ojos un par de veces disimuladamente y dio un respiro muy profundo. Mamá permanecía callada, agachada a todo momento.
Ellos estaban convencidos que dentro de mi hermano se encontraba una especie de ente maligno o demonio. El reverendo se había encargado de que así lo creyeran, y que la única manera de poder salvarlo, sería liberando su cuerpo y su alma. Quien sabe que métodos habrá usado para envenenar sus mentes, a tal grado de permitir que su propio hijo, sangre de su sangre, fuera tratado de tal manera...
Emanuelle solo observaba la escena, miraba de reojo a mi hermano algunas veces, con malicia y frialdad. Su rostro irradiaba maldad por donde se mire, hasta una niña de 13 años como era yo, lo podía notar. Metió la mano a un pequeño bolso de cuero que cargaba encima, hurgó por un momento y saco un pequeño libro, marrón oscuro parecía ser.
La cobertura era poca llamativa, pero lo más interesante se encontraba en sus letras, letras que no correspondía al español.
―Emanuelle, inizia ―escuché decir al reverendo.
Aquel sujeto ojiazul caminó hasta estar frente a David. Lo miró fijamente, sin ningún asco o pena. Sostuvo con una mano el libro, y luego de pasar unas cuantas páginas, empezó a recitar con potente voz, colocándole la otra mano en la frente.
[latín]
"
Padre nuestro, creador de los abismos y portador de toda la maldad que existe en este mundo.
Acepta este sacrificio en señal de fe y devoción. Brindanos el conocimiento eterno y el poder para controlar a los débiles de corazón y así poder hacer tu voluntad.
¡Viva el rey del inframundo!
¡Viva lucifer!
¡Viva el gobernante del nuevo mundo!
"
―¿Qué es lo que esta diciendo ese hombre? ―escuché preguntar a mi madre.
―Es una plegaria en latín, le esta pidiendo a Dios que expulse a esa fuerza maligna que esta habitando dentro de su hijo ―le contestó el reverendo.
Si era verdad que existía un demonio, estaba dentro de él mismo y no de mi hermano. No cabía duda de que les estaba mintiendo, que todo era un artilugio bien montado para su beneficio propio, lo pude sentir muy dentro de mi esa noche.
―Isaías, é il momento perfetto
El reverendo caminó pausado cuando recibió el llamado de Emanuelle. Su postura transmitía tranquilidad, a todo momento se le veía con las dos manos juntas en la espalda.
Mi padre se encontraba muy ansioso nuevamente, se mantenía mirando en dirección del piso, rascándose la cabeza y paseando de un lado a otro, buscando en su cabeza quien sabe que cosas. A lo mejor se estaba arrepintiendo ―pensé
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☪Pido disculpas a todos por no haber subido capítulo el día de ayer. Debido a algunos problemas se me imposibilitó subir actualización pero aquí la tienen, espero lo disfruten. Ya estamos próximos a ponerle fin a esta corta historia. Quiero AGRADECER nuevamente a todas esas PERSONAS que se dan el tiempo a leerme día a día☪
Ayúdame con un VOTO y un valioso COMENTARIO.
『GRACIAS』
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El Granero
TerrorAun vivo con la incertidumbre de lo que pasó aquella noche del 31 de octubre de 1766.