Pelea

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Cuando llego a casa no fue necesario avisar que lo había hecho, su novio no estaba en casa, así que podía ir directo a la habitación que ambos compartían.

Se tumbó en aquella cama, aquella que había sido testigo de tantas noches de amor, de reconciliaciones, de muchos besos y te amo.

Ahora era testigo de lo que más miedo le daba.

La despedida.

Se sentó en el escritorio, acerca de la cama, con una computadora y unas que otras cosas que tenía, saco una hoja de papel y un bolígrafo, ahí estaría haciendo lo que nunca deseó, una despedida.

No sabía cuánto tiempo había estado ahí, cuántas hojas desperdicio, cuantas lágrimas soltó, los sollozos rompiendo el silencio, aún no lo sabía, pero cuando escucho la puerta principal de la casa supo que quizás eran ya las 8 de la noche, a esa hora es que llegaba su novio de trabajar.

Una hora después, el chico llegó a la habitación, la puerta estaba cerrada para que cuando el otro llegará tocará, y él de adentro supiera cuando tenía que esconder todo aquello.

Pero no fue así, la puesta se habría de golpe, haciendo que Samuel se asustara ahí dentro.

Haciéndolo cabrear.

—La cena está lista cariño— le dijo asomándose, una sudadera de esas que usaba en casa y unos pantalones rotos es lo único que utilizaba, su cabello alborotado.

— ¿Porque no tocas la maldita puerta antes?— pregunto enojado, y eso no hizo enojar al de la puerta, si no la situación en sí.

— ¿Y por qué tendría que tocar la puerta de mi habitación?— también le reto.

—Porque son modales y educación, Rubén— le dijo con obviedad, y sabía que eso jodida más la calma del otro, quien no se dejó en ningún momento.

—Repito, ¿Porque tocar la puerta de mi puta habitación?— habría toda la puerta ahora, apoyándose en una de sus piernas con las manos en la cintura.

—También es mía, no te creas tanto— se dio la media vuelta para luego ignorar por completo.

Se escuchó un rugido, uno muy molesto, haciendo que también se molestará él.

— ¿Te puedes largar?— le pregunto señalando la puerta de la habitación.

Rencor, enojó, impotencia fue lo que cruzó en la cara y mente de Rubén.

— ¡¿Se puede saber que mierda te pasa?!— se le ocurrió preguntar, la actitud de su novio no era nada usual.

Normalmente siempre era lindo, alegre, y con voz chillona.

Ahora sé comportaba todo lo contrario, no era lindo, no era alegre y su voz era muy gruesa.

— ¡Que te largues te he dicho!— le alzó la voz, a la persona que amaba.

—NO ME GRITES—

En unos segundos el más bajo ya estaba tomando del brazo al chico.

Un fuerte y duro agarre.

—NO ME GRITES TU A MI— le gritó con una cara desfigurada por el enojo, el otro solo se encogió, su cara se distorsionó y solo había miedo, miedo y enojó mezclado.

Y pasó lo que ambos temieron.

La primera lágrima callo.

—Vete Rubén— lo soltó, y se dio la media vuelta otra vez, está vez sin sentarse en la silla.

Ahí fue que reaccionó Rubén.

— Eres.... Eres un puto maldito— dijo, para después salir, ni siquiera cerró la puerta, no sabía si abajo se escuchaba todo romper o si era su corazón.

Quiso seguirlo, lo pensó un momento para después entender que él había tenido la culpa y que no debió haber reaccionado así, Rubén tenía razón, también era su habitación y no tenía por qué tocar la puerta.

Bajo para encontrarse el peor escenario, todo tirado, roto, juraría que así estaba su corazón.

Y el del otro.

— Rubén— le llamo, pero este no respondió estaba tan enojado, que no quiso siquiera verle, viendo como este tomaba las llaves del coche que había en la mesita —Lo sien....—

—No, está ves no, está ves vete a la mierda, Samuel— y salió, dejando con la palabra en la boca a Samuel, con el corazón en la mano, y con un nudo en la garganta.

No aguanto más, y en esa noche, la cama fue testigo de todas las lágrimas que se derramaron.

Continuará...

Fernny.

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