Capítulo 4.

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—¿Quieres tomar chocolate con malvaviscos? —pregunta el castaño a su reciente novio y el chico asiente, sin soltar su cintura— Bueno, déjame levantarme.

El chico niega, haciendo puchero.

—No te dejaré ir.

Christopher se encuentra sobre el regazo del rubio. Ambos veían una película, o más bien la ignoraban mientras sus labios no dejaban de chocar suavemente entre besos tiernos y llenos de amor. Algunos otros un tanto apresurados, pero también delicados.

Ya ha pasado un día desde que están encerrados y no pueden evitar sentirse nerviosos, pero hay un poco de seguridad en ambos, sabiendo que se tienen uno al otro para sobrevivir aquel encierro.

Faltan unas horas para la noche buena y no tienen ni idea y tampoco ganas de lo que quieren, porque hacer mucha comida sería un desperdicio, sabiendo que sólo son dos.

Y deben hacer una reserva para los días que estén ahí.

Quizá una semana.

Pero aquella noche parece que con comerse las bocas quedarán satisfechos y no necesitarán cenar, pero claro que algo calientito hará falta porque ambos ya desean subir a la cama y acurrucarse para alejar el frío.

—Vamos Zabdi —insiste el castaño, intentando hacerse hacia el frente para que lo deje ir—, no haré el chocolate por telepatía.

—Pues yo no te voy a soltar porque hace frío y estás calientito.

El castaño pasa las manos suave y lentamente por el torso del contrario al recordar que sigue utilizando cuando se acerca la noche sólo aquel pants delgado sin camiseta ni tines o algo.

—Zabdi, ¿no trajiste ropa de invierno?

El chico niega.

—Creí que acá llegaría después, normalmente no hace tanto frío.

—Lo sé —responde sin dejar de acariciar concentrado su piel desnuda y deja un besito en su pecho, sonriendo con timidez al levantar la mirada y verlo mordiéndose labio—. Te daré algo mío, ¿vale?

—Me quedará como ombliguera algo tuyo.

El castaño da un leve empujón en su hombro y le toma las manos para soltarse de su agarre, levantándose con él hacia la habitación.

Le da las cosas más calientitas que tiene, y justamente le van a la medida.

Sonríe orgulloso y le guiña un ojo al rubio, que lo toma de la cintura para besarlo.

—Bien, ahora déjame hacer el chocolate.

—Yo te ayudo —propone y lo ve asentir.

Bajan a la cocina y entre risas preparan el chocolate, una vez que lo tienen listo lo sirven en tazas y Christopher toma una de las bolsas de malvaviscos que tiene en su alacena, y llevan todo a la habitación.

Dejan las tazas en los burós de los lados mientras se acomodan dentro de las frazadas y cuando están acurrucados las toman para beber el contenido y conversar de ciertas cosas.

Y claro, se besan.

Los besos no faltan cada minuto entre ellos, porque son adictivamente dulces.

De nuevo el cielo comienza a oscurecer y desde la oscuridad de la cabaña pueden disfrutar de la lenta aparición de las estrellas en el firmamento.

Nos dimos todo lo que se nos dió, nos dimos todo eso y mucho más —canta Christopher, llamando la atención del rubio, que lo mira con encanto en los ojos—. Para después reconocernos otra vez.

Nos damos todo lo que se nos da —sonríe Zabdiel, siguiendo la canción—, nos damos todo eso y mucho más. Amanecer, mojado de tus labios.

Ambos se miran y no pueden estar menos de acuerdo con que esa canción es hermosa.

Y también el hecho de que representa la manera en que ellos mismos ven lo que tienen.

Perfecto.

Sus manos se unen, entrelazando los dedos en el acto y sonriendo, vuelven a mirar las estrellas.

Oh brillas, brillas tan lindo, y brillamos juntos entre pestañas... —cantan ambos, felices por sentirse así, por complementarse tan bien, aún cuando las cosas parecen no ir del todo por el mismo rumbo— Divina, divina sonrisa. Abrazo de luna, de luna llena... Y así juntitos los dos, y así lo que se nos dió. Así, juntitos los dos, y así, lo que son nos da.

Christopher chilla cuando el chico hace las melodías, porque su voz siempre es perfectamente dulce para cada canción suave.

La ama, y no sólo su voz.

Ama cada parte de él.

Deja su taza sobre el buró de su lado y le quita a su novio la suya para hacer lo mismo, consciente de que ya ambos han acabado su chocolate, así que sube a horcajadas sobre su regazo y tira de las frazadas y cobertores hasta que los tiene sobre su cabeza.

El rubio le toma de la cintura sintiendo el frío calar cada parte de su cuerpo hasta que Christopher se recuesta sobre su pecho, cubriéndole también la cabeza.

Quizá dormir uno sobre el otro sea mucho más calientito y placentero.

Pero talvez aún no quiere dormir.

Ninguno de los dos quiere hacerlo porque a pesar de estar a oscuras, saben que no es su hora de descanso y quieren algo más romántico que simplemente dormir.

Sus lenguas se rozan repetidas veces cuando sus bocas se unen con lentitud, y Christopher se mueve sobre el rubio suavemente, dejando escuchar pequeños jadeos a ratos.

El chico acaricia su espalda por debajo del montón de ropa que tiene para guardar calor, y eso lo detiene un momento.

Su Chris no resiste mucho al frío y, por más calor que puedan producir estando juntos, no quiere exponerlo a nada.

Así que simplemente lo sigue besando, sin intentar ir más allá, porque sabe que su castaño precioso es tan tímido que no insistirá con algo así.

Ahí mismo es cuando lo agradece.

Que sea un bebito.

¡Frijoles! || Chrisdiel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora