Las lágrimas se acumulan en sus ojos, puesto que tiene miedo. Más miedo del que alguna vez llegó ha sentir. Quizá, más que temor es terror, porque hacía tanto tiempo que sus dedos y el resto de su piel no cambiaban tanto de color con el frío.
Zabdiel lo mira con pena, sin saber tampoco qué hacer en ese momento, ya que, a pesar de saber de su problema jamás tuvo la oportunidad de estar presente cuando sucedían aquellos cambios, y ahora, se encuentra realmente confundido y nervioso.
Mirarle y decírle cualquier tipo de palabra reconfortante no es suficiente, porque no es un problema sentimental ni nada por el estilo, sino que se trata de una enfermedad que le ha causado muchos problemas durante su adolescencia, y le ha privado de ciertas cosas que los chicos de su edad hacían normalmente.
Aquella mañana del segundo amanecer de enero del nuevo año, Christopher había despertado gritando, puesto que sus manos se habían vuelto rígidas y, al intentar saber el problema, se habían dado cuenta que su piel se encontraba de un tono violeta, a causa del extremo frío que se había creado debido a la nieve que impedía que los casi inexistentes rayos de sol opacados por las oscuras nubes entrásen hacia el interior de aquella casa y el leve calor que se suponía, proporcionaban.
Luego de ya un par de horas, ambos se encuentran enrollados con un montón de cobijas y edredones uno frente al otro, con un par de platos, ciertamente de recalentado que había llevado Zabdiel a la habitación, pero sin haber comido mucho ninguno de los dos.
La primera gorda resbala de uno de los rebosantes ojos mieles de Vélez, y tras ésta, muchas más que no paran y no piden permiso, siguiendo el camino que han dejado las primeras de cada ojo del chico. Mientras Zabdiel deja la cuchara en su plato termina de tragar su bocado y, dejando los platos de lado, su trasero abandona la comodidad de estar sentado sobre sus propios talones, para terminar hincándose y en un rápido movimiento, toma con ambas manos el rostro del castaño, robándole algún besó.
—Ya basta —pide con preocupación, pasando los dedos por las mejillas de Christopher para quitarle las lágrimas, y éste lo mira directamente, sin saber qué responder exactamente—. Amor, tienes que comer, o esto no saldrá nada bien.
—N-no... P-pero ni siquiera puedo m-mover las manos... —solloza con histeria, volviendo a fruncir el ceño— ¿Cómo quieres que..?
Sus palabras se quedan sencillamente en el aire cuando los labios del rubio atrapan los suyos, logrando meter su lengua en aquella cavidad que tanto le gusta probar, y se remueve atrapándole de la cintura para tenerlo un poco más a su altura y pronto, Christopher puede sentir como sus manos son tomadas y metidas obligadamente dentro de las prendas del contrario, pudiendo palpar aquel abdómen que le parece admirable.
—Z-Zabdi no... —intenta negarse separándose de sus labios, puesto que él se siente congelado, y es así, pero el rubio puede soportarlo sólo si es por él, así que aprieta más el agarre.
—Así estarán mejor y podrás tomar la comida con facilidad.
—Zabdi, estoy m-muy frío.
—Y yo muy caliente —susurra contra su oído, logrando erizarle la piel al chico y notando como se encoge de hombros, como un reflejo involuntario por sentirse escondido—. De verdad que, estando contigo, este frío no es nada para mí.
—Zabdi...
—Cuando tus manos estén mejor, deberás comer —espeta como una orden y regresa sus labios a los de Vélez, para rozarlos entre sí y provocar algún deseo—. Hoy será un buen día —asegura, y cuando Christopher intenta refutar algo, él se adelanta a interrumpirlo con un corto beso, y luego termina con seguridad, la frase que revuelve todos los sentidos del contrario—. Hoy te haré el amor.
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¡Frijoles! || Chrisdiel.
FanfictionChristopher ha recibido de visita a su mejor amigo Zabdiel, y una tormenta de nieve les impide la salida de su pequeña choza durante dos meses y medio. Puede no parecer malo, incluso podría ser genialmente divertido, pero definitivamente no es bueno.