Capítulo catorce

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La puerta fue tocada, Alice se extrañó ya que, según ella, no esperaban a nadie. Asuna ya sabía quién era.

-Alice, ¿puedes abrir la puerta de favor? Estoy un poco ocupada. –Pidió ella. Kazuto se hacía del que no sabía, jugando con Lev en el patio.

-Ya voy. –dijo ella, caminando hasta la puerta, tomándolade la manija y abriendo la puerta.

Ahí estaba él, Eugeo se había congelado en el momento en que vio a Alice frente a sí, abriendo los ojos como platos. Ella no fue ajena a un sentimiento similar, primero poniéndose blanca como la nieve y después sonrojándose ligeramente.

Se miraron así, inertes, inconscientes, por varios segundos.

-Hola... -Dijo Alice.

-Hola...¿está Asuna en casa? –Cometía un nuevo error, evitando saludarla o tener contacto con ella.

-S-sí...iré a...

-¡Ah, Eugeo! –Gritó Asuna, interrumpiendo. –Pasa, pasa, no te quedes en la puerta. Alice...yo creo que Kazuto, los niños y yo ya nos vamos. ¿Podrías atender a Eugeo mientras salimos? No quisiéramos dejarlo aquí sin más

-¿No iba a ir con ustedes? –Mencionó ella, un poco molesta.

-Bueno, fue una sorpresa.

-En realidad...

-Sí, ¿por qué no avisaste que vendrías, amigo? –Kazuto entró a escena, apretando el bíceps de Eugeo. –Íbamos a un paseo los cinco...pero no podemos dejar la casa sola y menos si es contigo dentro. No eres un perro para hacerte eso.

Ahí los dos enamorados se dieron cuenta del engaño que les tendieron sus amigos. Se resignaron a aceptarlo, puesto que sería la última oportunidad para reconciliarse, de ahí que aceptaran.

Cuando la familia Kirigaya se marchó, ambos quedaron sentados en la sala, escuchando el tic tac del reloj y a los caballos marcharse por la calle. Ya se habían servido el té, más no hallaban palabras para hablarse tras tanto de no hacerlo y por los reveces ocurridos en los meses anteriores.

Quedaban pues, a pesar de tantos años de conocerse y amarse, como completos desconocidos que bebían el té de la tarde.

-¿Y cómo has estado? –Preguntó Eugeo. –Veo que los niños te adoran.

-Sí. Soy como una segunda madre para ellos. Sobre todo para Leva, quien es muy penoso. Muchas veces se orina en la cama porque le da miedo la obscuridad, y Asuna y yo lo consolamos.

-Deberían exponerlo a sus miedos o nunca será un hombre.

-Hasta los hombres tienen medio, Eugeo. ¿No es así?

-Los niños no pueden temer a su destino al ni siquiera hacerse una idea. Y temí muchas cosas: por mi felicidad, la de Selka, la tuya...temí...temí tanto. –El muchacho se soltó a llorar nuevamente, sufriendo por todo lo causado.

 –El muchacho se soltó a llorar nuevamente, sufriendo por todo lo causado

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Razdavit' (AlicexEugeo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora