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—Kyung, toma la pastilla por favor. Sabes que te harán bien hija. —Me removí incómoda en mi lugar, ella volvía a hablarme como si fuera una bebé incapaz de entenderla.

Negué otra vez y ella pareció aguantar sus ganas de golpearme, comenzó a forcejear conmigo tirando de mis brazos para atarme en la cama; -Mientras menos te muevas y tan rápido tomes las pastillas, más rápido te voy a soltar y esta vez más te vale no vomitar como ayer. —No había sentido en seguir peleando cuando ya la tenía abriendo mi boca a la fuerza y de la misma forma obligándome a tragar las pastillas. Soltó una sonrisa de satisfacción cuando dejé de moverme de forma brusca y dejó en beso de despedida.

Tomé una bocanada de aire, tragué y rasqué mis ojos tan fuertemente como fuera posible, pero solo conseguí marearme. Los colores se hacían menos intensos de a poco, pero el gris no era uno que se iría con los demás colores, sabía perfectamente quién era.

No se iría. Tenía que apagar la luz y todo estaría bien.

Destapé mis piernas, sentía como si me la estuvieran arracando, esa mano se llevó mi pierna abajo de la cama.

Comencé a reír fuertemente —Devuelve mi pierna a su lugar o no podré apagar la luz. —Aplaudí intentado apurar todo pero simplemente no volvía a su lugar, así que estiré la mano a la luz, la apagué e impulsada un movimiento torpe caí al piso —¡Mis piernas, arrancaste las dos! —Volví a estirar la mano al aparato para prenderlo y encontrar mis piernas, pero ahora Yuta estaba sobre mí.

Miraba fijamente a mis ojos, de un tirón bajando mi mano; él también río, —¿Quieres mi brazo? —Estaba negando. —¿Mis piernas? Yo también las busco —Volvió a negar. —¿Qué quieres entonces? —Realmente no podía parar de reír ahora.

—A tí, Sookyung.

ɴᴄᴛ ⁽ᵒᶰᵉ⁻ˢʰᵒᵗˢ⁾Donde viven las historias. Descúbrelo ahora