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El rocío decoraba la fina hierba del parque, el frío se hacía cada vez más intenso con el paso de las horas. Dos figuras corrían desbocadas por la zona, persiguiéndose y chillando cuando sus cuerpos estaban cerca. Los transeúntes los observaban con sorpresa e interés, algunos molestos, otros divertidos. No eran precisamente chiquillos, aunque cualquiera diría lo contrario; destilaban una pueril inocencia que muchos envidiaban. Finalmente, una de las figuras atrapó a la otra por detrás, enjaulándola en un abrazo ídilico. La presa no paraba de reír mientras pataleaba con cuidado intentando escapar de aquellos fuertes brazos. Cuando logró liberarse, ambos se tiraron al suelo y jadearon, esperando a que sus respiraciones se regularizaran.

— Voy a acabar hecha un asco, se me va a llenar de tierra húmeda y hojas secas el maldito peto —su sonrisa descartó cualquier preocupación que aquellas palabras pudieran denotar.

— No es nada nuevo, siempre das asco —arrugó la nariz mientras decía aquello y le recolocaba uno de los rizos que amenazaba con herir uno de sus ojos.

Ella le pegó un leve puñetazo a su acompañante. Se tumbó de costado cuando atisbó algo que le llamó la atención. Su cara se iluminó.

— ¡¡GÈRARD!! Mira, un diente de león.

La chica se levantó de un salto y corrió cuesta arriba por un camino de tierra. Colocó mal el pie, se resbaló y se cayó al suelo. El chico presenció la caída y, alarmado, llegó a su lado en un abrir y cerrar de ojos. La ayudó a levantarse y vio que, tras el descosido del pantalón, a la altura de las rodillas, tenía la piel raspada.

— Qué desastre de niña. A ver, déjame ver tus manos.

Ella las colocó delicadamente sobre las suyas para enseñárselas. Pasó sus dedos por las heridas, con cuidado de no provocarle ninguna molestia, y dejó escapar el aire que contenía en la garganta. También las tenía raspadas por el impacto en el suelo.

— Es que eres tonta, siempre vas alocadamente por la vida. ¿Te duele?

Ella se encogió de hombros y le sacó la lengua de manera burlona, se sacudió como pudo el polvo incrustado en la ropa y reemprendió su carrera hasta llegar a su meta. Se sentó sobre el verde manto y esperó a que llegara su amigo, volviendo la vista constantemente hacia atrás para evaluar cuánto tiempo tardaría en llegar hasta allí. Una vez estaban los dos juntos, arrancó cuidadosamente por el tallo la única flor que se alzaba y la levantó para situarla en medio de sus caras.

— ¿A que son preciosas? Me recuerda a cuando era niña. Cada vez que veíamos una, mis hermanas y yo nos peleábamos por soplarla. Es un momento mágico ¿Soplamos juntos? Me haría mucha ilusión —empezó a hacer pucheros sin desviar la vista de sus ojos.

Él sonrió cándidamente, alzando su mano para acariciar su mejilla sonrosada y asintió agitadamente. No podía negarse ante ella.

— No se te olvide pedir un deseo.

Se acercaron más el uno al otro y, a la cuenta de tres, soplaron. Vieron cómo los blancos filamentos se alejaban impulsados por el viento, volando en varias direcciones, repartiendo sus semillas en algún otro lugar de aquel recinto. El chico la miró de reojo y no pudo evitar pasar el brazo por su espalda y atraerla junto a él. Ella se dejó hacer y colocó su cabeza sobre su hombro. Se quedaron inmóviles durante un buen rato, sus miradas perdidas enfrente. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la chica.

— Toma mi jersey, Anne.

Se deshizo de él en cuestión de segundos y ella se lo puso, agradeciéndole el gesto. Volvió a acomodarse en él, esta vez buscando con más ahínco su calor y protección. Descansó su cabeza en su pecho, escuchando los latidos de su corazón, una paz tranquilizadora extendiéndose por su ser.

Anne se sintió desfallecer de una inusitada felicidad —hacía mucho tiempo que no se sentía de esa manera: tan inocente, tan libre, tan niña. Gèrard, sin él saberlo, la había transportado al pasado más alegre de su vida; su infancia. Él bajó la vista al mismo tiempo que ella la alzaba, con una coordinación escalofriante. Sus ojos conectaron y fueron incapaces de cortar aquella conexión. Las sonrisas volvieron a surgir en sus rostros.

— Voy a tener que buscar más plantas de estas —susurró Gèrard con voz ronca.

— ¿Y eso?

— Porque mi deseo se ha cumplido.

— ¿Tan rápido?

Él asintió, silencioso, y ella frunció el ceño, desesperada por saber qué había pedido.

— Gèrard, si se ha cumplido tu deseo, puedes decirme lo que era. Ya no se va a arruinar.

— ¿Realmente quieres saberlo?

— Sí, quiero saberlo todo de ti.

Dejó escapar una risilla que a ella se le antojaba adictiva. Se mordió el labio inferior mientras clavaba su mirada en aquellos ojos verdes fulgurantes, esperando la respuesta.

— Mi deseo realmente se cumplió desde el primer instante que te vi. Era, es y siempre será el mismo: ser feliz junto a ti.


Eternos - OT2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora