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Quedaban escasas horas. Los nervios crepitaban con fuerza en mi interior, las llamaradas iban creciendo vigorosamente, haciendo arder toda calma que normalmente me invadiera. Alcancé los cascos y me los puse. Necesitaba mi momento de desconexión y para ello la música era indispensable. Pulsé el botón de aleatorio y dejé que Díselo a la vida invadiera mis oídos. Escuché la letra con una atención que nunca antes había puesto, como si la escuchara por primera vez. Sin ser consciente, cuando llegó la parte que me tocaba durante el programa, la canté superpuesta a mi voz grabada. Si este es el camino, si tengo destino, si Truman lo ha visto qué puede pensar. Dime Truman, qué piensas de toda esta frenética locura, murmuré en el trance en que me hallaba. Recorrí, asida con fuerza a la balaustrada de mi memoria, cada cajón repleto de recuerdos. Ese fuego que sentía luchó contra viento y marea para no morir, sin embargo, el torrente de agua que rompió en mis entrañas consiguió vencerlo. Me sentí desfallecer. El sudor frío perlaba mi frente, algunas de sus húmedas gotas acariciaron mi piel, deslizándose por mi nuca, oreja y mejilla hasta desembocar en mi cuello. El miedo y terror me mantuvieron cautiva hasta que uno de mis mayores pilares en la vida me rescató de mi negatividad.

— Anne, ¿qué te pasa?

— No puedo hacerlo, aita, no puedo cantar ahí fuera. Lo siento, siento ser una decepción.

Al acabar esa frase, rompí a llorar como no lo hacía desde que era pequeña; desde lo más hondo de mi ser, lloré tormentas, copos de nieve, granizos y rayos de sol; lloré hasta quedarme seca; lloré hasta que el cansancio me adormeció las emociones. Sentí los fuertes brazos de mi padre convertirse en la fortaleza de mi persona y busqué su pecho, donde descansé la cabeza, estaba fuera de peligro. Él me acarició la espalda, ofreciéndome la paz que había perdido en la batalla. Por unos minutos, volví a ser aquella niña que se mecía despreocupada en el columpio de la infancia, de la mano de mis padres, libre y feliz.

Me reincorporé y, con el dorso de la mano, eliminé las lágrimas que seguían en mis mejillas.

— ¿Mejor? —me preguntó con dulzura, volviendo a poner en su lugar mis rizos más rebeldes. Asentí. —Hay veces en que es necesario romperse para recomponerse. No hay nada de vergonzoso en eso. Es más, las personas más fuertes son aquellas que demuestran su debilidad, quienes enseñan sus cicatrices, quienes se muestran tal y como son.

Le sonreí y volví a asentir, mientras movía mis piernas frenéticamente.

— Sé que estás muy nerviosa. Es tu primer concierto en solitario y es duro enfrentarse a ello. La primera vez nunca es fácil. Pero lejos de esconderte en ese caparazón, tienes que salir y darlo todo. Los asistentes vienen a verte cantar porque hay algo en ti que les ha gustado. Tienes que pensar en eso.

— Ha pasado todo tan rápido, aita. Hace menos de un año era una completa desconocida que cantaba por diversión. En apenas unos meses todo mi mundo se ha vuelto un caos; primero Operación Triunfo, las entrevistas, la pandemia, los conciertos del programa... Creí haber asimilado todo pero ahora...ahora que tomo yo las riendas... ¿y si no sale bien?

— Entonces lo habrás intentado y disfrutado mientras duraba.

Estuvimos hablando largo y tendido hasta que las dudas que me consumían se disiparon. Pensé en sus palabras. Tenía razón. Ahora no era el momento de echarme para atrás. Qué va. Había demostrado todo lo que valía desde que entré en Operación Triunfo. Aquel programa me había dado las tablas de las que carecía, me había enseñado que podía cantar a un público grande, que podía componer por mí misma, que tenía talento, que tenía luz propia. Sí. Estaba ya dentro de la música, como siempre soñé. Esta era mi profesión. Había conseguido un equipo que me apoyaba y ayudaba, una banda que tocaría conmigo mis canciones y otras versiones; había lanzado al mercado dos singles muy íntimos y unos calcetines fabricados a partir de desechos marinos. En unos meses nuevas canciones verían la luz. Y eso lo había conseguido yo. Con trabajo, esfuerzo y amor a la música. Iba por independiente porque yo lo había querido, yo era mi propia jefa. Yo, que tan pequeña me sentía, había alcanzado grandes cosas. Sonreí al analizarlo de esta forma. Me levanté y me puse ante el espejo más cercano. Y me gustó lo que vi porque me reconocía a mí misma. No había perdido mi esencia. No lo haría. Volví a sonreír, esta vez a mí misma. Todo iba a salir bien.

Cogí el móvil y vi los mensajes de mis amigos, que me deseaban toda la suerte del mundo; de mis compañeros, que me recordaban momentos en la academia; de Eva, que estaba orgullosa de mí; de Gèrard, que me recordaba que yo era música y constancia, que era mágica; de Amaia, que me confirmaba mi talento; de Alba, que me dijo que yo brillaba como una estrella, que ya lo demostré en la presentación de Salté cuando me invitó a su concierto; de mi familia, que me quería. Sí, todo iba a salir muy bien. Lo iba a dar todo y lo iba a disfrutar como una enana.

Era el momento. Noté cómo el suelo vibraba. Oí las voces de los fieles a mi música. Sentí los nervios de excitación que escapaban por los poros de mi piel. Me dieron la señal y, acompañada por una bella melodía, salí erguida al escenario. Llevaba una sonrisa despampanante y un intenso brillo de emoción en los ojos. En ese instante sentí que la Anne de 5 años se fusionaba con la Anne de 19, convirtiéndome en la mejor versión de mí misma. Yo era la de siempre y una nuevo yo. Inocencia y madurez entrelazadas, añoranza y deseo, nostalgia y anhelo, pasado y futuro. Decidí saborear el presente. Y así, sin más, salté y volví a mí a través de la esencia de mis canciones, que no eran más que yo, guiada por las personas que iluminaban mi camino, la razón por la que yo estaba aquí, en este festival, y de que mi música sonara; gracias a mis fans, mis pequeños grandes colibrís. Pedralbes iba a ser nuestro, un éxito compartido. Nunca jamás lo olvidaría. No os olvidaré. No me olvidaré.

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⏰ Última actualización: Aug 07, 2020 ⏰

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