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Roger llevaba alrededor de media hora abrazando a su pareja y acariciando sus rizos con suavidad. Él ha dormía con placidez entre sus brazos y el rubio solo era capaz de llorar en silencio. Brian no se percató de esas lágrimas, ni siquiera cuando estuvo despierto.

— Te voy a cuidar aunque no me quieras contigo —le susurró y se pasó fugazmente la palma de la mano por los ojos—. Te voy a amar aunque tú no me ames a mí, y no te dejaré solo, pese a que tú me hagas eso.

Ni siquiera entendía por qué seguía llorando tanto, ya había asumido hacía unos meses que Brian no lo amaba, al menos no como lo hacía antes. Había seguido con él solo por la esperanza de que su novio cambiara, y la culpa de el haber estado a punto de abandonarlo, antes de enterarse del accidente.

Ese día, cuando Brian decidió irse, esto pese a la discusión, por lo que Roger decidió hacer sus maletas. Escribió una carta, asegurándole que lo amaba como a nadie, pero que ya no quería seguir así, con alguien que no lo amaba de la misma forma y que ponía primero sus propios intereses. Justamente, iba a abandonarlo, en su aniversario.

Cuando terminaba de guardar sus cosas, sonó el teléfono. Fue a responder con cansancio, y le avisaron del hospital general que tenían a su pareja en trauma por un accidente automovilístico, donde Brian había sido atropellado.

Recordó como se sintió el ser más malvado y desgraciado del planeta por haber pensado en dejarlo y como corrió lo más rápido que pudo al hospital. Recordó que le informaron que lo atendían en trauma tres, y que pese a que le dijeron que esperara, corrió a verlo, y miró como lo atendían, como sangraba, como estuvo a punto de morir, y como la mano milagrosa de una doctora lo salvó.

Ese día no salió de la sala donde dejaron a su novio en observación. No dejó de agradecerle a la doctora por haberle salvado la vida, y solo aceptó cuando le informaron que la inflamación e infección en sus rodillas, además de la lesión, tendrían que pasarlo a cirugía para amputarle ambas piernas.

Recordó también que cuatro días después, fue cuando recién volvió a su hogar a darse una ducha decente y a cambiarse ropa. Guardó la carta, la botaría después, y dejó sus cosas en su lugar. Prometió que no lo dejaría por nada, aunque eso significase renunciar a su propia integridad.

Suspiró recordando todo y sacó la carta de su mesita de noche para luego proseguir a leerla. Brian se removió un poco, medio dormido.

— ¿Qué estás leyendo...? —preguntó con voz ronca.

— Nada, mi amor, solo sigue durmiendo —besó su frente y guardó el papel nuevamente. Brian solo obedeció acomodándose mejor.

(...)

A la mañana siguiente, cuando Brian despertó, Roger estaba abrazado a él y acurrucado en su pecho. Sonrió solo por eso y lo abrazo más fuerte.

— Te haría desayuno, pero no puedo levantarme —le susurró y posteriormente besó su cabeza.

Fue paciente y esperó todo el tiempo del mundo a que el rubio despertara, oliendo su cabello con fragancia a frutas, y algunas veces a tabaco.

Por suerte aquella vez solo sentía el olor a frutas mezclado con el de la propia piel del precioso rubio que tenía entre sus brazos. Su cabello estaba suave, despeinado, pero tan suave como el pelaje de un gato al que acaban de bañar.

— Mi niño bonito —suspiró. No le había dicho así en más de un año, y se lamentó que Roger no pudiese escucharlo.

Esperó un rato más, contento de tener al fin de semana de su lado para tener a su novio junto a él. Sintió la nostalgia de sus años felices como pareja, cuando los problemas no existían y sus piernas sí, cuando Roger sonreía y reía siempre, cuando eran felices solo con su amor.

Roger comenzó a despertar, comenzó a balbucear algunas cosas y finalmente abrió los ojos. Brian lo besó, el rubio sorprendido, tardó en corresponder. Aquellos besos espontáneos no ocurrían porque sí. Desde hacía un tiempo que no.

— Buenos días, mi niño bonito —le dijo.

La nostalgia otra vez.

— Buenos... buenos días, Bri —respondió aún atontado.

— Espero que hayas dormido bien, bebé, porque para mí fue una noche maravillosa.

— S-Sí, fue muy bonita —dijo aún sorprendido.

— Lamento lo del otro día, bonito... me pasé.

Roger comenzó a preguntarse si acaso unos alienígenas habían abducido a su novio y lo habían cambiado por una versión del pasado, con apodos de amor ya básicamente olvidados incluidos.

— Ya... ya pasó, Bri —aseguró—. ¿Te sientes bien? ¿Necesitas otro analgésico?

— No, Roggie, estoy bien —aseguró.

— Entonces quieres desayuno... ¿te hago panqueques? ¿O prefieres un sándwich?

— Estoy bien, Rog, en serio —aseguró—. Solo quiero estar contigo. Todo el día, en lo posible.

— Bri, tú no eres así... Al... al menos ahora —murmuro lo último y volvió a hablar en voz alta—. ¿Tienes fiebre o algo? La doctora Lewis dijo que podía darte en caso que la infección volviese...

— Amor, en serio —aseguró. Roger lo miró poco convencido, sólo suspiró y lo volvió a abrazar.

— Pensé que no volverías a decirme niño bonito —dijo en voz baja.

— No pienses eso, Roggie. Te dire así hasta mi ultimo aliento —aseguró.

— Está bien, Bri...

Tras un rato, Roger prosiguió a darle desayuno, bañarlo, vestirlo y hacerle algunas de sus terapias. El rubio notaba lo mucho que le dolía a Brian hacerlas, y aquello simplemente le partía el corazón.

— Voy a cuidarte, Bri —juró por novena vez esa semana mientras lo ayudaba a hacer los ejercicios.

— Y yo voy a recuperarte —dijo mirándolo a los ojos.

— No me has perdido —repuso.

— Entonces recuperaré tu sonrisa.

Roger solo agachó la mirada y siguió ayudándolo, sin ser capaz de mirarlo a la cara. No supo si fue el nerviosismo, el miedo, el amor, la culpa o la incredulidad.

Pero sí deseaba volver a sonreír, y que Brian también lo volviera a hacer.

Challenge [maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora