h i s t ó r i c a s

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Día martes
pareja: Butchercup.

–Como ha sido un buen soldado, tenemos un premio para usted– el coronel me sonríe con malicia–. Puede elegir a cualquiera de estas mujeres.

Frente a mis ojos, alrededor de veinte chicas me miran algo asustadas. Todas tienen su vestimenta típica, solo que el escote era mucho más pronunciado. Morenas, cabello largo, limpio y negro, ojos oscuros y algunos claros, delgadas y voluptuosas. Sin embargo, ninguna llamó mi atención. No busco tener una esclava, no me interesa causar miedo y pavor. Todas empezaron a hablar "ho... la" trataron de decir. Sé que fueron maltratadas para que dijeran eso, entonces en vez de causarme alguna excitación, como los demás pretendían, solo sentí tristeza.

–¿Las raptaron?

Niega con la cabeza.

–Las regalaron. Son todas de la nobleza. Por eso– se acerca a una y le levanta el mentón– son de las más hermosas.

–¿Son de la nobleza y fueron regaladas?– lo miro curioso. En el poco tiempo que estuve aquí, creí que iban a proteger mucho a esas mujeres. Bueno, no lo sé, eso pasaría en Europa. 

También puede ser que me estén mintiendo, y de verdad las raptaron. No me sorprendería. Odio estos métodos, pero cuando soy solo una roca dentro de una construcción, no puedo hacer mucho, aunque quisiera. 

–A nadie le importa eso soldado. Lo único bueno de aquí, es que podemos hacer lo que queramos con ellas– deja de tomarle el mentón a la chica y le agarra la mano–. Así, como lo haré yo– se ríe–. Elija rápido. Pero esta, es mía. 

Miré a todas de arriba a abajo. Siento tanta pena por ellas. Ninguna me causa atracción o excitación, no entiendo qué tiene de atractivo una mujer que está horrorizada al vernos. Dos chicas me miran con miedo, son las menores, deben tener 9 años, no quieren que las elija. Todas creen que yo haré lo mismo que los demás, apenas el coronel se vaya, llevarlas a mi habitación. Me doy asco incluso yo mismo. Siento la mirada de mi superior y entiendo que me está apurando a que elija. No puedo negarme, desobedecer o despreciar lo que el me decía o daba, era traición. 

En ese momento, escucho los gritos de una mujer detrás de nosotros. Me doy la vuelta, listo para atacar, hasta que veo que ya fue inmovilizada por otros cinco hombres.

–¿¡Que le pasa a esta loca!?– gritan. 

A diferencia de las demás, esta chica tiene el cabello sucio, la ropa vieja, y la voz grave. Grita mientras trata de quitarse a los hombres de encima. Me la quedo viendo unos segundos. Todavía no tuve la dicha de verle el rostro, pero, por alguna razón, tengo el corazón acelerado. No entiendo lo que dice, pero me ha atrapado completamente el tono de su voz.

–Coronel– digo firme–. Quiero a esa– la señalo. 

–¿Está seguro? Ella no es de la nobleza– asiento. Quiero ayudarla. No sé cómo.

Me doy tanto asco. Siento que por mucho tiempo no voy a poder ver a alguien de forma sexual, no después de verlas. Quiero ver al coronel con asco, quiero que nos volvamos y los dejemos tranquilos, quiero que cumplan de verdad lo que su supuesta religión de amor, nos dice. 

Odio mi puesto. Es injusto. Todos somos injustos. Somos cobardes.

Maldita sea.

A week in TownsvilleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora