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—Este día es especial, puedo sentirlo —decía Kore, una joven y hermosa diosa; Alta, de cabello rojo como las hojas en otoño, piel blanca como porcelana, ojos tan verdes como los campos en primavera y labios rojos y carnosos cuál cereza

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—Este día es especial, puedo sentirlo —decía Kore, una joven y hermosa diosa; Alta, de cabello rojo como las hojas en otoño, piel blanca como porcelana, ojos tan verdes como los campos en primavera y labios rojos y carnosos cuál cereza. Ella, estaba sentada sobre el pasto en compañía de unas ninfas, mientras acariciaba delicadamente los pétalos de una flor.

—Kore, tu siempre dices lo mismo de todos los días, yo no le veo nada de especial a este —dijo una ninfa de nombre Galia.

Kore suspiró, odiaba que la contradijeran.

—Querida Galia, tienes suerte de no estar en mi situación, yo siendo una diosa no conozco el Olimpo, mucho menos el mundo, mis poderes son lo único que van más allá de éstos bosques llevando consigo la primavera, ¿De qué me sirve ser inmortal, si todos los días son iguales? Por eso, aprendo a ver cada día de diferente
manera —contratacó molesta.

—Lo lamento, nosotras las ninfas no compartimos la inmortalidad como usted, vivimos mucho, pero no para siempre. Lamento tanto que su madre sea así dama Kore, a nosotras nos gustaría llevarla a conocer más allá de éstos bellos bosques, pero si su madre se entera, tendríamos un castigo peor que la
muerte —comentó la ninfa un tanto culpable.

Kore, miró hacia el bosque con algo de nostalgia, mientras unas pequeñas lágrimas amenazaron con hacerse presentes. En verdad quería conocer lo que había más allá de estos bosques, pues para ella era una tortura no poder ser libre.

—¿Es cierto Galia, qué hay castigos peores que la muerte? Porque siento que estoy en uno de ellos y la verdad deseo más la muerte que otra
cosa.

Las ninfas, al oírla decir eso, corrieron a tapar la boca de la diosa con sus manos, estaban asustadas, unas temblaban mientras otras miraban a todos lados en busca de algo o más específico alguien.

—Señorita Kore, le pido que no diga eso o llamará a aquel que habita en la
oscuridad —Kore asintió, una vez liberada su boca de las manos de las ninfas volvió a preguntar.

—¿Quién es aquel que habita en la
oscuridad? —las ninfas rápidamente volvieron a tapar la boca de Kore mirando en todas direcciones, unas de lo rápido que lo hicieron no se fijaron que no solo tapaban su boca sino también sus ojos.

—¡Que le dije señorita! —le reprochó la ninfa, las demás, liberaron su boca y ojos, pero seguían alerta.

—Pero ni siquiera dije su nombre, es más, no sé su nombre.

La ninfa respiró hondo y sujetó con sus dedos el puente de su nariz.

—Señorita Kore, no es necesario pronunciar su nombre para
llamarlo —le aclaró la ninfa.

Kore, la miró con los ojos bien abiertos, quería saber más, sentía mucha curiosidad por aquel oscuro ser.

La ninfa, al ver la curiosidad brillar en sus ojos, supo que no podía quitarle esa inquietud tan fácilmente.

Mi flor de granadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora