Lujuria

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—Gracias por esperar de manera paciente a nuestra siguiente sinodal, con ustedes la Doctora Ana Plascencia.

En cuanto escuche su nombre comencé a aplaudir, mi jefa odiaba este tipo de eventos, no le gustaba ni un poco hablar en público, apenas y podía hablar algo conmigo pero era un maldito mundo de conocimiento.

Mi jefa era una magnífica historiadora, era de esas aventureras que se la pasaban de excavación en excavación y puedo jurar que si hubiera tenido la edad suficiente también hubiera estado derribando el muro de Berlín.

Fue raro para todo el mundo cuando decidí hacer mis pasantias con ella, yo al contrario soy un estudiante de música pero quería aprender de sonidos e instrumentos prehispánicos para poder hacer mi tesis. Había escuchando que la Doctora Ana nunca aceptaba pasantes y que contactarla era muy difícil, afirmó lo segundo, la busque por mucho tiempo hasta que di con ella, no me aceptó de inmediato y creo que al final solo lo hizo para que dejara de fastidiarla. Me convertí más en su asistente que en su pasante aunque estaba aprendiendo demasiadas cosas que en mi vida creí que me fueran a interesar. Cuando se encontraba de ánimo siempre me contaba sobre lo que yo deseaba aprender, música, pero ahora había sido arrastrada a una conferencia de la cual no la deje escapar y se que me va a costar mucha de su indiferencia en los próximos días pero valdrá la pena.

Cuando terminó de hablar todo el resintió comenzó a aplaudir, ella no se quedó ni un segundo más y bajó del estrado para desaparecer, podía jurar que justo ahora estaba muy avergonzada por toda esa atención así que me levante de mi asiento para ir a buscarla.

—Felicidades doctora, esa fue una magnífica charla.

—No me molestes, todo esto es tu culpa.

—Acepto mi culpa, pero estoy muy orgulloso de que sea usted quien me esté enseñando todo lo que sabe y quería compartir un poco con él resto.

—No te quiero ver en la excavación de Granada, será mejor que regreses a tu casa.

Lo sabía, me iba a excluir pero ya me había adelantado y mi asistencia a Ganada no dependía para nada de ella.

Se fue dejándome solo en medio de la universidad de stanford, el viaje a España sería en dos días y confiaba que en ese tiempo ella se tranquilizaría para no sufrir 12 horas de vuelo de su mal genio.

—JB, gracias por convencer a la doctora de asistir, fue una charla magnífica.

—Fue un placer, ella tuvo que irse de inmediato, está muy ocupada organizando su próxima excursión.

—Es totalmente entendible, esa mujer no para ni un segundo —ambos sonreímos— ¿Irás con ella?.

—Si, España espera por nosotros, espero conseguir algo muy bueno ahí para poder seguir con mis tesis.

—Ya quiero leer eso, un músico involucrado con una historiadora, uff debes de tener información sumamente valiosa.

—Toda la información es valiosa aunque no tenga nada que ver con la música, creo que ahora veo el mundo desde otro punto de vista.

Cuando termine aquella conversación regrese a mi casa, aprovecharía el tiempo para pasar con mis padre y empacar.

—Jae Beom, no me gusta que salgas fuera del país tan seguido.

Mi madre expresó su miedo a los vuelos largos, siempre que subía a un avión temía lo peor pero aún así no dejaba de apoyarme en mis decisiones.

—Lo sé mamá pero ya casi termino mi investigación.

—Más te vale que te conviertas en alguien exitoso —sentenció mi padre.

[...]

Bell and his seven deadly sins Donde viven las historias. Descúbrelo ahora