Capítulo I: Naunet & Seb. La tierra y el océano.

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Antiguo Egipto. Año 2700 A.C.

El silencio reinaba en el palacio real, pues habían perdido a su rey el faraón Amenemhet I, muy querido por su pueblo, ya que se caracterizó por ser un hombre justo y bondadoso. Su muerte había sido tan imprevista como dolorosa y la Corte se preparaba ese día para su gran funeral, en medio de un ambiente no solo de tristeza sino tambien de preocupación. ¿Quién ocuparía el trono ahora? La lógica de la época apuntaría a su primogénito Sesostris pero, al parecer, el faraón tenía otros planes para el futuro de su pueblo.

El príncipe Seb aún dormía cuando Ishaq, hombre de confianza de su difunto padre y gran amigo suyo, entró bruscamente a sus aposentos.

—Señor —Exclamó abriendo de un empujón las cortinas de la ventana para que el sol ingresase al lugar y ayudara a despertar al joven —Tengo muy malas noticias para usted.

Seb solo se limitó a voltear su rostro sobre la almohada y continuar durmiendo.

Era un joven de 14 años, perezoso y mal acostumbrado a que los demás hagan todo por él. Claro, ¿quien sino podría darse ese gusto mas que él mismo? Nunca debió preocuparse por los asuntos de Estado de su padre, sino que su único deber era aprender el arte de la guerra, preparándose para su futuro.

Ishaq esa mañana no tenía paciencia para soportar los caprichos del príncipe. Algo grave se estaba tramando en la Corte y era urgente que Seb lo supiera. Por eso, no dudó en levantar las sábanas y tirarle un vaso con agua sobre el rostro.

—¿Estás loco? —Exclamó el joven sobresaltándose.

En un día normal, tal comportamiento del cortesano sería considerado una deslealtad a su amo y conllevaría el más severo de los castigos, pero eso no le importó en lo mas mínimo a Ishaq. Solo quería salvarle la vida al joven que vio nacer y que tenía en la mas alta de sus estimas.

—Tengo malas noticias, su alteza —Murmuró por lo bajo.

—Habla rápido, necesito dormir.

—Usted tiene que irse cuanto antes.

—¿Qué hora es? —Preguntó refregándose los ojos —¿Acaso no sabe mi padre que hoy es mi día libre?

—Me temo que no está comprendiendo, señor. Es urgente que usted deje ya mismo el palacio. Su vida corre peligro aquí.

Seb frunció su seño confundido.

—¿De que estas hablando Ishaq?

—Su padre ha muerto —Dijo el hombre con pesar mientras inclinaba su cabeza en señal de respeto hacia su difunto amo.

El joven no supo qué decir. Todo esto le parecía una pesadilla. ¿Cómo era posible? Apenas ayer su padre había alagado su talento en la lucha cuerpo a cuerpo, asombrado de que un muchacho tan joven y delgado sea poseedor de semejante fuerza.

Sin dudas, Seb era uno de sus hijos favoritos y no faltaría mucho tiempo para que el faraón lo designase como su sucesor del trono. Y como era de esperar, Seb siempre se vanaglorió de ostentar tal posición ante su queridísimo progenitor en comparación a sus demás hermanos varones quienes, dicho sea de paso, eran mayores que él.

—Eso no puede ser —Murmuró por lo bajo.

— asesinado —Replicó Ishaq con evidente ansiedad en su voz.

Seb dio un respingo y de inmediato se incorporó de su cama. Aquellas palabras eran inadmisibles. Improbables.

Aunque siempre había escuchado esas historias en el palacio, de faraones antiguos muertos en manos de sus enemigos, nunca creyó en ellas. Incluso cuando todo el tiempo era escoltado por guardias sea a donde fuere y nunca podía probar bocado de su comida antes de que algún sirviente lo hiciera por él, siempre opinó que esas medidas eran exageraciones de su padre.

La Historia sin Memoria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora