Patria. Sufrida y doliente patria.

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Lunes por la mañana, el sol todavía no pintaba con sus rayos el cielo oscuro pero eso no importaba mucho, en aquel país caluroso el fresco de la madrugada era algo que se agradecía y disfrutaba por partes iguales.

Recargado en el marco de la ventana, la representación de una población veía hacia la hermosa noche sobre él. Con el humo saliendo de sus labios, sus ojos rojizos por el llanto eran ocultos por el manto oscuro. Estaba cansado, no, no solo cansado, estaba harto. Demasiado harto de todo y todos a su alrededor. Tan harto...

De pronto, su celular sonó. Tirando el cilindro encendido al suelo, lo aplastó con su pie descalzo, mientras avanzaba hasta llegar a la mesa donde se encontraba el condenado aparato. Vio entonces con una sonrisa los mensajes de sus amigos latinos, lastima que la sonrisa no llegara a sus ojos, mucho menos a su corazón. Una vez más las lágrimas cayeron y su corazón se estrujó. Estaba tan mal y lo sabía. Todo lo que hacía estaba mal. Todo.

Aún así admitía que había habido cosas buenas, muy buenas, que por dormirse en los laureles perdió.

Lo odiaba, odiaba eso, su estúpido orgullo, su soberbia, la insana envida que tenía por todo y todos y la incapacidad de decir o desear algo bueno para otro sin desear primero que lo mejor le pase a él y solo a él. Sabía que eran sentimientos normales en la mayoría de personas, pero él no quería ser así, no quería escucharse así, no quería volverse tan tóxico y terminar con una reputación peor que la que tenía. Al menos aún tenía una reputación que salvar.

Entendía y le aliviaba que todo eso no era parte intrínseca de él, sino qué al ser un país iba adsorbiendo culturas o ideologías que sus habitantes y principalmente sus mandatarios profesaban. Lo que debía admitir, y lo hacía, ahora lo hacía, era que él tenía la culpa de permitir que esas ideologías lo afectarán al punto de creerse superior, aún estando hundido hasta el cuello en mierda.

Soltando un suspiro, volvió su vista del techo a su mano y sonrió de manera más real. Tecleó unas palabras en su teléfono y se paró de la mesa donde se había sentado. Dejando sobre ésta el celular con el chat abierto, se dirigió a la salida.

Soberbia, envidia, avaricia, cuatro de siete pecados capitales regían su actitud. Tres de siete siendo contagiados y magnificados por su gente, el último fue plenamente desarrollado y traspasado a su gente por él.

La ira. El príncipe que regia sobre todo acto agresivo hacia el prójimo y uno mismo, corría por sus venas como si fuera su propia sangre. Sin embargo, estaba bien. Estaba bien con ese pecado que no se desarrolló sin causa o motivo. Ese ferviente deseo por destruir todo no era más que el resultado de la conquista, el resultado de sus fallos como nación, era el resultado de no darle la importancia a sus hijos cuando pedían por él. Era su culpa y la aceptaba. Lo que es más, la apreciaba demasiado. Porque al ser suya sabía su alcance, porque al ser dominado por ella aprendió a controlarse y controlarla. Convivía con su ira como un encantador de serpientes convive con sus cobras, no teme herirse a sí mismo pero si al resto. Y si no sacaba al rey de los pecados de su sistema y el de su pueblo, todos sabrían lo que una amalgama de emociones y vicios malos pueden hacer a un país y al mundo entero de paso.

Tenía miedo de sí mismo, de las estupideces que pudiera hacer en un futuro para mantener a su soberbia brillando alta y radiante, sin importarle el sufrimiento ajeno. No, él no iba a dejar que lo convirtieran en un monstruo, no permitiría que su gente sufriera, ni dejaría que sus hermanos generarán más rencor contra él, primero se pegaba un tiro antes de que eso ocurriera.

Perdido en sus meditaciones, no notó cuando llegó a su destino.

Ingresando a la habitación, frente a él se mostró un aparador de acero con puertas de cristal, el cual contenía muchas curiosidades, una de las más destacables era una radio vieja, de esas utilizadas en la Segunda Guerra Mundial y que la nación nunca uso para tal conflicto. La vio con nostalgia y dolor antes de apartar su rostro y ver la noche en el exterior. Pareciéndole divisar a través de uno de los grandes ventanales a dos nenitas en una llanura recogiendo flores.

Argentum: Argentina al poder [C.H]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora